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martes, 11 de agosto de 2015

Taberna del príncipe

C/ de la Ilustración, 18
Metro: Príncipe Pío (líneas 6,10 y R)
Botellín: 1,40€ (Mahou)
Caña: 1,50€ (Cruzcampo)
Tapas: papas con chorizo, ensalada campera, bolas de patata con queso, revuelto de garbanzos, empanadillitas, tortilla de patata, canapés de pisto y queso, patatas ali-oli...
Especialidades: el menú del día, raciones (lacón a la gallega, rabas de calamar, chorizo frito, oreja, ensaladilla rusa, gambas a la plancha, alitas de pollo, sepia a la plancha...), bocatas (tortilla de patata, lomo a la plancha, pepito de ternera, calamares, pechuga de pollo...)
Menu del día por 9€




Si alguien os preguntase por "La Taberna del Príncipe"... seguramente responderíais... "ni idea" o "me suena que está por la plaza de la Villa" o "junto al Palacio de Oriente" o "creo que pilla al lado del showgirl ese que está en una bocalle de Gran Vía"... Incluso si sois yonkis del shopping y vais a menudo al centro comercial Príncipe Pío es muy probable que no sepais de ella aunque esté a menos de 100 metros. 


Al fin y al cabo los asiduos de los centros comerciales son más de trampantojos franquiciados que de bares con poso y reposo. Los bares con identidad imponen su propia dialéctica; te involucran, quieras o no, en sus microclimas, más o menos opresivos, mientras permaneces en ellos. Las franquicias no exigen sacrificios. Están diseñadas para preservar intacto el ego superlativo de sus clientes que pasan por allí sin dejar más huella que la de manchurrones dactilares en unos cuantos vasos y platos.
La Taberna del Príncipe no pasa inadvertida, su fachada trapeizoidal con un distintivo alicatado demasiado cañí para la zona, da una bienvenida calurosa al neófito. Desde fuera uno se imagina un tablao hechizado, inumerables garrafas de vino de mesa, camareras-cigarreras sin monedas para el cambio ni bragas de repuesto y las espesas duquelas de cantaores al borde del crimen pasional o del suicidio (o de ambas cosas a la vez) flotando en el ambiente. 


Por desgracia, la realidad es más prosaíca. Se trata de una tasca con evidente solera que ahora llevan, de forma muy competente, un sólido clan de mujeres venidas del nuevo mundo. Todas parecen familia y se involucran sin fisuras como una falange de hormigas para sacar adelante el arduo día a día de un bar que abre cuando el sol aún duerme y cierra con la luna por peteneras. Como decía al principio, no han conseguido dar a conocer el negocio para eso de tomar cañas, raciones, tostas, etc... ni siquiera es referente en los alrededores de Príncipe Pío. 

Creo que no han acabado de dar con la tecla adecuada en lo que respecta al cañeo (precio elevado de la cerveza, aperitivo simplemente correcto, carta límitada de raciones y exenta de especialidades por las que darse a conocer...), y sin embargo uno se encuentra muy a gusto en sus mesas y banquetas... en un ambiente mañanero y soleado, con vecinos del barrio que conocen el percal, oficinistas adictos al cortado, rentistas de malas digestiones y alcohólicos que no atinan en la máquina de tabaco. Pero, sin duda, el gallinero se solivianta cuando llega la hora de almorzar. La planta baja, cueva inesperada y sandunguera, se atiborra de hombres con trajes no muy caros, monos y chandals conocedores del menú del día por la pizarra expuesta junto a la entrada. El menú de 9€ y los megabocatas parece que convencen a una clientela que se repite como el ajo. 

Nada especial... buen precio, buena cantidad y guisotes bien ejecutados... han aprendido a cocinar la comida de aquí con las mañas de allá. Y, sobre todo, exhiben un trato correcto, sin prodigalidades ni displicencias... lidiando con algún que otro yonki (de los de verdad, de los de vena y plata) morado tirando a verde que, de vez en cuando, se adentra en el bar, creyendo que es el centro de acogida de San Isidro. Ni el mismísimo Roger Corman hubiera imaginado un guión más turbulento que el pesaroso calvario de esos cadáveres que otrora fueron hombres y mujeres y que ahora arrastran sus osarios del Paseo del Rey a Príncipe Pío en busca de la salud perdida o, en su defecto, de un litro de rosado en tetrabrik con el que reivindicar el legítimo derecho a autodestruirse.

Arnyfront78

miércoles, 15 de julio de 2015

La Ribera del Manzanares

 
Paseo de la Virgen del Puerto, 5
Metro: Príncipe Pío (líneas 6, 10 y R) o Puerta del Ángel (línea 6)
Caña (no hay botellín): 1,20€ (Amstel)
Tapas: mejillones a la vinagreta, chistorra o salchichas con papas, chorizo, salchichón, jamón para los privilegiados.
Especialidades: chuletón, rabo de toro, salmorejo, entrecot de lomo alto, lacón con cachelos a la gallega, chuletitas de lechal, secreto ibérico, chopitos, sepia, bravas, papas ali-oli, gambas al ajillo, ensalada de escalivada, pimientos de Padrón, tostas (de solomillo ibérico, de foie con cebolla confitada, de pimientos asados con ventresca, de escalivada con anchoas, de queso de cabra con cebolla confitada)...
Menú del día por 9€ 

 

Hace un par de años o así, la cafetería Linz cerró sus puertas. El hedor a muerte llegaba hasta el Burger King de la esquina. Viudas de militares, matrimonios in rigor mortis y maras nonagenarias merendaban, diariamente, croissants a la plancha lacerados por los rayos de sol que conseguían atravesar los diques de laca que a duras penas podían sostener pelambreras sulfatadas por décadas de desgaste celular. 


Linz era, sin duda, una cafetería de cuidados paliativos; el punto de encuentro de ancianos o, mejor dicho, de viejos (basta ya de eufemismos), a los que ya sólo les queda la glotonería de media-tarde como aliciente frente a la expectativa de una muerte a cámara lenta. Pero los negocios no entienden de conmiseración. Décadas de arraigo se difuminan en un simple contrato de traspaso. Y así, con una firma en la línea de puntos y una transferencia bancaria, Linz pasó a ser La Ribera de Manzanares. De entrada, los cambios tenían buena pinta... se respetaba la barra elíptica en favor de la amplitud, se quitarón telarañas y se modernizó el look a pesar de ocurrencias algo abstrusas como meter una jodida farola de la calle o maridar a Janet Leigh con la obra de Juan de Herrera. 

Es obvio que los nuevos responsables son conscientes de la privilegiada ubicación del local junto al Madrid Río y la sala La Riviera. Esto permite ciertas licencias a la hora de gestionarlo, ya que la gente acaba entrando por mucho que traten de ahuyentarla. Pero es difícil hacer peor las cosas con tanta potencialidad. Desde el principio, la gestión ha sido un despropósito... atención esclerótica, cocina ramplona, cañas mal tiradas, aperitivos roñosos, personal  desorientado... todo ello denota pereza, desmotivación, ausencia de ideas, mezquindad de esfuerzos... por muy bien que les vayan las cuentas, necesitan la ayuda de Chicote. No sacan ningún partido a un Mercedes poniéndole el motor de una Rieju. 

Al principio, el caos era evidente. Te ponían el mismo aperitivo (mejillones a la vinagreta) ronda tras ronda, nadie te atendía, decenas de platos sucios se apilaban en la zona reservada para los camareros, las moscas sobrevolaban restos resecos... apenas había clientes y, sin embargo, parecía que se acabase de marchar un autobús petado de heavys manchegos. Ahora, la cosa pinta algo mejor, aunque tampoco mucho. No conozco a nadie del barrio (ni de puerta del Ángel ni de Virgen del Puerto) que diga: "vamos a tomar una cañita a La Ribera que ponen unos aperitivos del copón" o "en La Ribera las raciones son y están cojonudas". 

Vivir a costa de una parroquia reducida e inconstante, de viandantes confusos y, sobre todo, de rockeros, hipsters o bakalas que se toman el bocata y la caña en espera de entrar al concierto (si es que no llevan las mezclas hechas en botella de 2 litros), es tan arriesgado como presuntuoso.
Eso sí, todos los veranos se preocupan de poner en la terraza a una camarera voluptuosa que haga olvidar lo que hay sobre la mesa. Este año hay una morenaza trasatlántica con una popa tridimensional que es un imán de fontaneros, encofradores y jubilados románticos. Triquiñuelas, todas ellas,  que despistan durante un rato... lo que tarda en derretirse un helado. 

No sé si les va bien o mal, en cualquier caso les deseo lo mejor... respeto la ley del mínimo esfuerzo, soy un ferviente practicante, pero creo que tampoco haría falta mucho esfuerzo para convertir lo que ahora es una patera en, al menos, una Zodiac.
En su página web se vanaglorian de ofrecer "la cocina y el trato que, los clientes,  sin duda merecemos y esperamos". Si es así, merecemos y esperamos bien poco.... mejillones avinagrados.

Arnyfront78
       

lunes, 8 de junio de 2015

A bar with no name (in Valdemaqueda)

Plaza de España s/n (Valdemaqueda)
Botellín: Mahou (1,10€)
Grifo de Mahou
Tapas: papas revolconas...



Sinceramente, comprendo a quienes creen que pasar el día en el campo es un coñazo. Preparar los bártulos, cargar el coche, recorrer decenas de kilómetros (si no algún centenar) para ir a un área recreativa atestada de parrilleros, comer asediado por moscas y hormigas, siestear bajo coníferas que no dejan de bombardear piñas y orugas y, finalmente, pillar un atasco de tres pares para volver a casa exhausto... no parece un plan del todo cabal. 


Y aún así, muchos madrileños corremos hacia la campiña en cuanto Rebeca Haro reseña un minúsculo solete en su mapa de isobaras, como si fuese a estar en pelotas en el sitio que señala. Tan necesitados estamos de salir de esta necrópolis, aunque sea durante unas horas, que obviamos el hecho de que la naturaleza puede ser mucho más estresantes que el latido hipertónico de la ciudad. Nuestro destino del viernes 1 de mayo fue Valdemaqueda; en busca de un puente romano (que no lo es) sobre el río Cofio que parece sacado de una postal alpina. Definitivamente, el día de los trabajadores ya sólo lo celebran los empresarios. La M-501, la carretera de los pantanos, se ha convertido en un cocedero de neumáticos, testículos y paciencias a su paso por Navas del Rey, gracias a una rotonda construida, claramente, para taponar la autovía a la altura del pueblo en vez en el pantano. Así, los conductores que estén encabronados pueden parar a tomar una copichuela en alguno de los tres putis que hay a pie de asfalto (en 2008 se calculó que había una prostituta por cada 40 habitantes).  

Tras media hora de atasco, con treinta y pico grados subiendo, agua calentorra y coches en paralelo zumbando remixes de Yandel, Wisin y basura por el estilo, logramos llegar al desvío que conduce a Robledo de Chavela. La marabunta siguió su obcecada procesión hacia el Pantano de San Juan. El tramo de la M-512 que va de Navas a Robledo es hermoso en primavera. La humedad tapiza con hierba el monte bajo de pinos, encinas, jaras y espliego que prolifera en las laderas de la Sierra Oeste. De Robledo a Valdemaqueda la cosa cambia. El devastador incendio intencionado que en 2012 asedió a ambas poblaciones, reconfiguró fatalmente el paisaje... de armoniosa broza y matojo al abrupto panorama que presentaría el decorado de un western apocalíptico. Y, a pesar del desastre, el pueblo sigue siendo coqueto y genuino... con sus villas ruinosas, chalets de fin de semana y viejos curtidos por el resol, la galerna y algún que otro chato a deshora. 
Antes de dirigirnos al idílico puente, paramos a tomar una birra en el pueblo. No hay mucho donde elegir... la oferta no es limitada, es excepcional. La plaza de España, que antes sería la del Generalísimo, no puede ser más desoladora. Un pueblo serrano no merece a un alcalde (sea del partido político que sea), que encarga construir un ayuntamiento tan marcial y marciano.  Allí echamos ancla, en el bar desde cuya terraza resulta inevitable divisar el bunker consistorial, rodeado de montañas semicalcinadas, que sólo invitan a ver "Las colinas tienen ojos". Supongo que en el pueblo el bar es conocido como el bar de la plaza, el bar de Paco o Antonio o Juan o, por su nombre auténtico: Bar Export; pero el caso es que el único nombre que puede leerse es: "Tolcip toldos canalones 918508545".

Bar rústico, anacrónico, antierótico. Como cualquier bar de pueblo que tenemos en mente... con símbolos nacionales para confirmar y reafirmar que no
estamos en Burundi y un calendario del 2015 regalo de la carnicería que suministra longanizas al negocio. En definitiva, tasca intrascendente si no fuera porque sentarse en la plaza de un pueblo y observar el devenir paralítico de la vida aldeana siempre es gratificante. No hablo de entomología, de observar a los lugareños con condescendiente curiosidad, como si fuesen insectos clavados con alfileres en un album; sino de simple amnesia transitoria, de olvidar, por un rato, que existen internet, el estado islámico, la agencia tributaria y las ocho horas (en el mejor de los casos) de asqueroso trabajo que empiezan el lunes. 

Tras la cerveza fría, unas papas meneadas flojas de pimentón que nos pusieron de aperitivo y la meada de rigor en la letrina, montamos de nuevo en el coche para recorrer los tres kilómetros que separan la población del puente Mocha. La pista de tierra discurre en paralelo al arroyo de las Chorreras. Los campos verdean aún... las flores, insolentes, tiñen los prados con brochazos de huevos fritos, los insectos trabajan en maderas podridas, los toros montan a las vacas y el aire no huele a rebozado y fuel. Incluso si las dehesas estuvieran abrasadas, serían preferibles a José Abascal en hora punta o a Montecarmelo a cualquier hora. Sería cuestión de tiempo que, bajo las ascuas, acabase germinando de nuevo la vida. Del deteriorado asfalto de la capital sólo podría emerger el pene necrosado de Villar Mir en forma de rascacielos.
Estoy hasta la polla de Madrid, mi querida ciudad. Algún día la dejaré o me dejará ella a mí.

Arnyfront78

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Madrid, Madrid
Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo