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sábado, 28 de diciembre de 2013

La Castela

C/ Doctor Castelo, 22
Metro: Ibiza (línea 9) o Príncipe de Vergara (línea 2)
Caña (no hay botellín): 1,40€ (creo que Amstel). Tamaño pequeño.
Tapas: magro con pimientos, banderillas, boquerones en vinagre con papas fritas, lomo con pimientos...
Especialidades: rape con boletus, garbanzos con langostinos, milhojas de ventresca, habitas con trigueros, solomillo al oloros con foie, rabo de toro, croquetas de marisco, callos con garbanzos, chipirones encebollados, higado de pato escabechado...
 
 
 

Lo mejor para abordar la ardua y sacrificada tarea de encadenar bares tomando cañas es ir acompañado/a/s de oriundos, de aborígenes avezados que sepan dónde está el pelotazo, la bicoca, la tapa más rica, la más generosa, las horas felices, la barra más infecta, la camarera más jamona, el camarero con peluquín de hurón y, por supuesto, dónde no hay que entrar aunque un retortijón te saque bandera roja. 
 
Nuestros guías en el pequeño y distinguido distrito de Retiro siempre son Melindres y Pipiolo (todo parecido con la realidad es mera coincidencia). Él, véneto o friulano, al que no parece haberle costado adaptarse a la dolce vita madrileña; ella, brunetense con sangre gala que reniega de los parisinos por bordes y estirados, nos conducen por las armónicas calles adyacentes al Retiro con destreza de rastreadores navajos, a pesar de no haber crecido allí. Pasamos por delante de ultramarinos añejos, mercerías que venden fajas, sidrerías asturianas y una whiskería que no pone copas desde que se jubiló la puta más jóven. 

Parece como si un profundo letargo, una cadencia abúlica y pertinaz protegiera al barrio y a sus amortajados vecinos del ir y venir de coches, de un oxígeno metalizado por la polución, de expectativas de vida que, por razones de longevidad, no van más allá de la siguiente digestión. En Retiro, el ritmo de la acera no acompasa al del asfalto. Las maquinas rugen hardcore neoyorquino mientras los residentes a penas siguen el fluir de un vals que preludia el futuro de un país sin niños en el que los jubilados tendrán que seguir trabajando para pagarse a sí mismos las pensiones. 
 
Cuando llega el fin de semana, Retiro hace honor a su nombre. Las calles despobladas de oficinistas, alicatadas por cierres oxidados, con algún que otro corredor desganado dirigiéndose al paseo de coches, parecen la secuela castiza de "28 días después". Pero los bares son otra cosa... muchos de ellos preservan microclimas de bosque laurifolio, templados por clientes expertos en eso de beber y pacer como orcos que se escaquean de la oficina cada dos horas para no perder la sana costumbre de trabajar borrachos. Uno de los que más me gusta por la zona es La Castela. Refundada en 1989, bajo los cimientos de la inmemorial Bodega Méntrida, ha sabido conciliar, sin fricciones, la tradición folclórica del Madrid más gato con algún que otro brochazo de admisible modernidad. 

Su aforo, saturado a partir de media mañana, no da tregua a unos camareros que sudan electricidad para dar abasto a las comandas. Ya sea en el grifo tirando de biceps o recortando cornadas de clientes cornúpetos en el albero, se ganan el jornal en mengua de la salud. Si eres capaz de abrirte camino en la espesura humana a base de culeos y algún que otro pollazo y consigues un nicho en el que apoyar birra y tapa, no abandones la posición o tendrás que matarte la caña junto al cartulis que pide limosna en la puerta de los cines Renoir de Narvaez. Barbours sobre chipirones encebollados, crines excellence de L´Oreal de cincuentonas de buen ver que acaban escabechadas por gochos que comen asperjando, caparazones de centollos puestos por montera, un sin dios de olores, sabores, dobles, triples y somontanos aturden incluso al más fajado en esto de golfear. 
 
Poco he comido allí, pero lo que desfila ante ojos y napia luce y huele en vez de espantar y apestar. Las opciones son variadas e ilusionantes: rabo de toro, boletus con jamón y huevo, arroz meloso con pulpo y calamar, croquetas de cecina, garbanzos con langostinos... los precios y cantidades... muy razonables para estar en pleno pijerio. Lo tremendo son esos espejos de sauna swinger que delatan a los que masticamos como chancadores. La luz deslumbrante tampoco ayuda a pasar desapercibido. Más de un colon irritable se ha dejado ver al final de bocas entreabiertas. 
 
La alternativa más sensata es reservar una de las pocas mesas que hay en la trastienda. Lo demás resulta  un esfuerzo titánico para no desmayarse sobre tetas ajenas. Aún así, que nadie te prive del placer de pribar en una de las muchas tabernas de la ciudad que podría convalidar sus sessions como entrenos de la Delta force.

Arnyfront78

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Mesón del Cordero

C/ Alhambra, 80
Metro: Laguna (línea 6)
Botellín: 1,30 (Mahou). Grifo de Estrella Damm.
Tapas: jeta de cerdo churruscada, aceitunas, papas alioli...
Especialidades: cordero, jeta, chichas,mollejas,chorizo, morcilla, oreja a la plancha, cochinillo, champiñón con jamón, chuletas... bocatas a 3€ y montaditos a 2€.





Hablar del Mesón del Cordero es hablar de parálisis. Nada ha cambiado desde que hace treinta años mi padre me llevara por primera vez a comer jeta. Ni su emplazamiento en la calle Alhambra frente al campito de fútbol de Gallur, ni su pintoresca  fachada de posada de villorrio, ni las mesas, ni las vitrinas con carnaza, ni los palillos planos (que son más baratos), ni los servilleteros, ni el enorme lienzo con vocación de mural con temática pastoril, ni, por supuesto, la lumbre, esa incandescente fragua de Vulcano a la que se ofrendan animales muertos, han cambiado un ápice. 
El único cambio en más de tres décadas ha sido la avería del teléfono público, uno de esos teléfonos de bar tan socorrido para emergencias antes de que cediésemos la libertad y el privilegio de no estar localizados, de estar aquí, allá o en el infierno, a ese aparato electrónico llamado móvil. El teléfono sigue sin funcionar, pero el secador de pelo con el que se atizan las ascuas, no. Su ruido compite con el crepitar de brasas y con el compás bullanguero de una comitiva dionisiaca capaz de neutralizar la distorsión. Allí, al calor que irradia la churruscada jeta que ponen de aperitivo, se apiñan libadores cetrinos, centauros con bastón de mando, cotizadores de empresas propias y acreedores de tiempo y sed. En definitiva... filósofos. 

Filósofos de chato madrugador, de sol y sombra invernal, de los que teorizan sobre el silencio, de los que trinan por bulerías. Alguna que otra cheira blande en verso libre cuando las palabras faltan o sobran para zanjar pleitos, allí donde la ley de Cañorroto, la patria de Manzanita y sus Chorbos, se impone vía decreto. La percepción de funestas consecuencias disuade a los profanos de bravatas faroleras. La única ley escrita prohíbe cantar y bailar y, por extensión, explica el resto de leyes no escritas, aquellas que sólo el instinto intuye. La escarcha del botellín contrasta con un clima cálido tirando a tórrido que deja los labios febriles, los dedos pringosos, pavesas en el pelo y la tensión ocular reflejada en ríos sanguinolentos que tiñen córneas. 

De vez en cuando entra una morena en chanclas, con un chandal rosa de McYadra y el moño en souflé de castañas para comprar un paquete de Nobel. Puede que tenga unos 17 años, sus hijos de 11, 9, 6, y 2 años esperan fuera. La vida se abre paso en los bloques. El único método anticonceptivo es no meterla. 
Los días de partido se discute de política y los días que no hay partido se discute de fútbol.  De mujeres no se habla... cada uno forja su cruz. Seguramente ellas aguardan en casa con rabia y legañas a que el alcohólico que salió por la puerta a tomarse una caña vuelva llorando derrotas. 

Entremedias, en la distancia,  ambos tendrán tiempo para reflexionar acerca del momento en que la convivencia se fue por el sumidero. Seguramente ni se acuerden, tal vez los lazos de la costumbre sean tan fuertes que la inercia mantendrá unidos hasta la muerte a seres que se desprecian.
La terraza, durante las noches de verano, es tomada por la vecindad carnívora. Banquetes de proteínas y grasas regadas con cerveza y, si es menester, con Four Roses, intensifican el fuego que hierve bajo el pavimento los días de implacable canícula, en una ceremonia insolente, de envite a Helios, a ver si tiene huevos de  lanzar tal chorro de calor que la peña sólo quiera ensaladas y gazpachos. En noviembre la enorme chimenea parece dar la bienvenida al frío ahumando la ropa del vecindario. 

Es entonces cuando cuadrillas de amigos y enemigos se arremolinan en torno a las amplias mesas del comedor para celebrar, a lo neardental, navidades, victorias pírricas, desagradables reencuentros con amigos de la juventud y, por supuesto, divorcios. Sea lo que sea, el camareta oficial de primera, el herrero de la carne seguirá fraguando jetas, mollejas, chichas y paletillas para que nadie pueda decir que la única carne de calidad que hay por el barrio camina a ritmo de samba y fala portugués.


Arnyfront 78

domingo, 8 de diciembre de 2013

Crumb


C/ Conde Duque, 8 
Metro: Ventura Rodriguez (línea 3)
Especialidad: los sandwiches ( de carrillera con judías verdes y queso de tetilla, de vegetal con atún, de pollo provenzal con guacamole, de lomo ibérico con queso cheddar, de rostbeef con rúcula, tomate y pepinillos, de remolacha y apio con queso de cabra, de sardinas al sumak...) y las ensaladas ( de pollo con parmesano,  con pimientos al horno con queso de cabra, con mozarella a la vinagreta de perejil...)
Menú con primero (crema de verduras del día o ensalada), segundo (sandwich o ensalada), bebida y postre... a 10,90€ (menú A) y a 11,90€ (menú B). El menú sólo se sirve de lunes a jueves a mediodía. 


Tener asueto en día laboral es cojonudo. Uno puede pasear por la ciudad y tomarla el pulso en plena actividad... sumado al placer que da ver a los demás currando. Este tipo de privilegio, ya sea porque libras entre semana o porque eres afiliado al INEM, permite aprovechar el vasto y variado mundo del menú del día en nuestra capital, siempre y cuando la buchaca dé la venia. Hay gran número de restaurantes que, ante el deprimido panorama económico, han decidido afrontar la crisis con ésta fórmula tarifaria que intenta compensar la pérdida de clientela en el ámbito de la clase media ociosa a base de menús proletarios. 


Lo que para bares y casas de comida de toda la vida ha sido siempre un excelente reclamo de oficinistas y currelas, ahora es una tabla de salvación para los que creyeron que los madrileños podíamos comer todos los días a la carta.  Y es que no sólo cadenas como Ribs, Foster´s Hollywood o Vip´s han engrasado sus cadenas de montaje de carnes picadas, filetes de aglomerado de pollo y sandwiches elásticos, también restaurantes de cierta enjundia han tenido que sacar el cartel escrito con rotring y ofertar el pack de primero, segundo, postre o café, vino y pan para poder seguir abiertos. Al final, se ha impuesto el menú del día... sobre todo el de Cáritas. 

Habitualmente en los menús priman arroces a la cubana, espaguetis con tomate, chuletas de cerdo y filetes de panga. Todo acompañado de patatas fritas congeladas... incluso con las natillas si es menester; pero escarbando un poco uno puede encontrar menús más que dignos e incluso la ocasión de comer en sitios que serían prohibitivos yendo a pelo, tirando de carta.
Lo del Crumb no es un King ahorro. El más barato cuesta 10,90 y el deluxe 11,90. Pero es una buena elección en la zona centro si no tienes mucha gusa o aspiras a ser modelo de Treblinka. 

La fachada es blanca, pulcra, con la frecuente discreción  infligida a los locales modernos que, como signo de distinción, pretenden aparentar que no hay actividad comercial alguna, que no se vende nada, no sea que vaya a entrar un heavy de Portazgo. Los comercios de Conde Duque y alrededores son de/ para la tribu. ¿Qué tribu?... no sabría decir pero se les indentifica enseguida: ropa con cuadritos, cenefas o sacada de un trastero, pelo enmadejado pero milimetricamente compuesto, llevan gafas aunque tengan vista de topgun, van a los Renoir, odian el deporte, hacen madalenas con aguaplast de colores encima, tejen bufandas en agosto y creen que Vanilla Ice es el nuevo pancake de Mississippi belle.

Definir la decoración del local es reiterar en tópicos: elegancia lechosa, tutti-fritti vintage por aquí, reivención de objetos por allá, iluminación con cableado de obra e incluso un par de sacos de harina o de cemento que, parece ser, quedan niquelaos tirados sobre un palé... el toque ARCO. Antes de comer tomamos una caña en la barra en espera de que quede mesa libre. El camarero, un chaval en esa franja de edad que hay entre hacer un doctorado y empezar a perder pelo, nos fue describiendo las distintas opciones del menú.  

Y mientras me inclino por uno u otro sandwich observo que Gianni Agnelli me escruta, desde una revista Forbes que hay sobre la encimera, con ese semblante relajado y condescendiente que se adquiere cuando la vida se reduce a un gran tablero de Monopoly en el que todo está en venta. No tarda mucho en quedarse una mesa libre. Hasta ella nos guía una chica con gafas de azafata del "Un, dos, tres". Realmente el servicio resulta enternecedor, por momentos nos envuelve un halo de tímida gentileza que me reconcilia con la condición humana, como si un video-clip de Papá Topo se hiciera realidad.  Nos sirven la crema de brócoli que pedimos de primero (la alternativa era una ensalada). Sorprendentemente es sabrosa, cremosa, convincente... un buen arreón para este tiempo otoñal a pesar del unplugged aerófago consiguiente. Sin dilaciones llega el plato central, la razón por la que el Crumb se ha convertido en un referente... los sandwiches. Probamos dos: el de roastbeef con no se qué hostias y otro de sardinas maceradas y hierbajos. 

Simplemente, cojonudos. Como diría un bloguero trendingmaniaco:  "sabores intensos, cargados de matices, con una combinación de ingredientes ligados en su justa medida  y equilibrio para realzar unas materias primas de primer orden que explosionan en la boca como sutiles burbujas de una leucorrea". 
 Vienen acompañados de un cuenquito de patata asada con boniato,  con papas meneadas con virutas de torrezno o con un mix de ensalada. Eso sí, todo tiene dos bocaos... no es un menú para encofradores. De repente me doy cuenta de que estamos con los postres (mousse de chocolate y de yogur con fresas o algo así). Y es que nos sentamos los últimos y nos vamos los primeros. Hemos comido como panzers, el resto en slowplay
 
Sin duda el éxito del Crumb se debe a la calidad de los productos con los que alquimian: esos panes de espelta, semintegrales, con nueces, con olivas... a la autenticidad de la lechuga, la rúcula, el tomate...  a la contundencia de la sardina marinada, los quesos, la carrillera... e incluso a la disposición de cervezas de "autor"... ya sabéis, como si las hubiera cocinado Neil Young y embotellado Nick Cave. 
En la página de Facebook se autodefinen como: "fine dining restaurant". Está bien tener la autoestima tan alta en tiempos de incertidumbre. 

 Mi humilde consejo de chaval de barrio ajeno a los endogámicos círculos gourmets es que no se flipen. Recientemente subieron el menú 1€ y lo suprimieron los viernes. A día de hoy el Crumb es una buena elección. Si suben los precios, no. Me quedo con la reseña de un usuario de 11870.com que por ser sencilla no es menos aguda: "...Me he gastado 13€ en un sandwich y una caña y me he ido de allí con hambre". 
Saciar el hambre es todavía uno de los motivos por los que comemos, aunque alguno crea que alimentarse es vulgar.

Arnyfront78

lunes, 25 de noviembre de 2013

El Pezcador

C/ Infantas, 9
Metro: Gran Vía (líneas 1 y 5) y Chueca (línea 5)
Botellín (Mahou): 1,80€ Caña: 1,75€ (Cruzcampo)
Tapas: ensalada de pasta con mahonesa, paella con magro, chorizo frito, tortilla, empanadillas congeladas, almondigas, ensalada campera, alitas...
Especialidades: el megabocata de lacón con queso de teitlla fundido, callos a la madrileña, pimientos del padrón, revuelto de bacalao, lacón con grelos, sepia a la plancha...
Menú a 9€ (con tres primeros y segundos a elegir)

Tengo cariño a la calle Infantas. Allí celebramos una nochevieja extenuante allá por 1995. Alquilamos una whiskería (eufemismo con el que que se camuflan los prostíbulos) y nos gastamos en el Alcosto de Aluche el resto de lo recaudado en priba. Aquella noche fue para todos los gustos: equipos electrónicos que no sabían nadar, comas etílicos cada media hora, potas con langostinos sin digerir, peleas entre chuzos, hímenes con grietas y unas ganas de follarme a todas las chicas de la fiesta que se quedó en eso... en ganas. Aquel burdel tenía su gracia, pero pasó a mejor vida. 

El proceso opaco de gentrificación del barrio de Chueca por parte de la camorra gay que, con la coartada de echar a putas y yonkis y reactivar el deprimido panorama comercial, ha colonizado la zona como hace el sionismo en Palestina, ha supuesto un punto de inflexión para los negocios tradicionales que no venden lubricantes o dildos con forma de puño. Pero, por desgracia, también hay algún que otro superviviente... hablamos de los santuarios de "la ruta de la bazofia" de la calle Infantas que, a base de barreños llenos de comistrajos por cada consumición, ha triunfado entre la clientela más suicida. Esta trilogía infernal compuesta por "los guarros de las grasalaxias" (El Tigre), "las sobras contraatacan" (El Respiro) y "el retorno del friting" (El Pezcador), hace las delicias de intestinos obturados, hígados angustiados y cólones cantando el "Pobre de mí". Es verdad que también hay matices. Si bien El tigre es la cima de la abstracción en el mundo del aperitivo y El Respiro le sigue a la zaga, El Pezcador intenta mantener algo más el tipo con una cocina especializada en la trinchera pero sin mezclas imposibles, lloviznas de salsas, líquidos serosos o guisos posnucleares. 

Pero por ser el más digno de los tres no obtiene mi absolución. El último día nos cascaron un ensalada campera que pudo haber aliñado Vincent de la Chapelle, no porque estuviera a la altura de tal insigne chef sino porque podría llevar allí desde el siglo XVIII. También los guisos, que sacan sin cesar para que la peña siga pidiendo priba, tienen ese regusto cuartelario o de hostal de Benalmadena que no acaba de convencerme. A pesar de que hay buena voluntad, la cocina no es buena... exceso de saturados. Pero desde luego, comparado con el gastricidio del Tigre, el Pezcador podría pasar por la cocina de Arzak. De lo poco que se salva es el bocata de lacón con queso de tetilla fundido (al estilo del Melo´s) y algún que otro plato que sólo requiere saber echar aceite y pimentón (el lacón y el pulpo a la gallega) o simplemente depositar  lonchas (jamón y queso). Otra cosa es que a pesar de que nada esté muy allá, uno se inmole, al igual que en el "Mareas vivas", y decida que la tarde o la noche va ir de hidrocarburos en el buche y se deje embriagar por un ambiente desenfadado, jaranero y con olor a colza. 

De ahí el habitual "no cabe nadie más" en su reducido aforo. Eso sí, si te sientas vas a tener que aguantar la presión de los camareros para que pidas sin cesar. Hay uno en particular, del que no daré detalles, que, aunque parece majo, es un jodido coñazo, un Jim Carrey de las bandejas y del "alguna otra cozita...". En la barra por contra, en la que sólo caben seis personas puestos como para parar un penalti, atiende un profesional de tomo y lomo, sin desmanes, desantenciones, excesos ni gracietas andaluzas. 

Te pregunta qué quieres, te pone dos platos abundantes de aperitivo (sí,sí, he dicho dos) y está atento a cuando se está acabando la bebida para ponerte un tercero, un cuarto, así sucesivamente... sin decir nada de más, como Alain Delon en "Le samouraï". Por lo demás, es un establecimiento limpio, en el que, afortunadamente no hay bufonadas; sólo ornamentos temáticos como maquetas de barquitos, caracolas, una red de pesca y un perchero hecho con pezuñas de cerdo del que penden las primeras cazadoras de entretiempo. 

Ya está aquí el otoño, pronto llegará el invierno y los tres avernos de la calle Infantas seguirán calentando a la gente sin necesidad de calefacción, sólo a base de tapas forrajeras y cuescos.

Arnyfront78

viernes, 15 de noviembre de 2013

Casa Antonio

C/ Quiñones, 11
Metro: San Bernardo (líneas 2 y 4) o Noviciado (línea 2) 
Botellín y caña: 1,25 (Mahou)
Tapas: Croquetas, tortilla de patata, papas con salchichas y pimientos, aceitunas, patatas fritas...
Especialidades: callos, tortilla, fabada, ensaladilla rusa, croquetas...
Menú del día muy apreciado por 9€ (a elegir entre 5 primeros y 8 segundos)



El pasado septiembre, sobre la arena no taurina de Zahara de los Atunes, cayó en mis manos el último número del hoy difunto suplemento de ocio de El País: On-Madrid. Fui raudo a comprobar con qué artículo sellaba Carlos Risco su fructífera colaboración con dicho magazine. Supuse que sería un artículo a la altura de un bar o garito excepcional y no me equivoqué. Su pluma caótica, estilizada, mordaz y honesta rindió pleitesía a una tasca vetusta, sencilla, oculta entre los muros de una calle galdosiana que parece ser antaño acogió al Tribunal de la Santa Inquisición, archiconocida en el vecindario pero ninguneada por los foros de sabios necrosados que no salen de las tertulias del Cafe Gijón, el cocido de Malacatín y el bacalao de Casa Labra. 

En Casa Antonio no hay placas que conmemoren que Cela bebiera allí absenta con Oteliña (aquella insólita chofer abisinia a la que exhibía para promocionar la guía Campsa) o que Fraga inaugurara el comedor a base de cuescos trémulos. No sabemos si en su váter descargó Miguel Mihura, si el Giocondo de Umbral sedujo a alguna aristócrata sedienta de verga obrera o si entre excesos de excusado McNamara encontro a Diós disuelto en una plata... de lo que sí sabe su artístico alicatado es del efecto que el tiempo ejerce sobre los hombres, sobre aquellos que nacieron el año en que se fundó (1964) y ahora tienen 49 implacables años y sobre aquellos que tenían 49 años entonces y ahora sobreviven gracias a la cafinitrina o sólo están presentes ya en fotos que pierden color en el fondo de un cajón. 

Supongo que cientos, miles de epopeyas parecidas han presenciado doña Inés y sus hijos, regentes del local, ciegos, sordos y enmudecidos por la implicita omertá que acarrea llevar un negocio en el que la gente zozobra en alcohol. El buen hacer que en la cocina tiene la legendaria mamma, preparando guisos como los que podría hacer tu abuela, con patatas fritas que no proceden de un arcón de congelados, con composiciones imperfectas en el emplatado como las que nos salen a todos cuando cocinamos en casa, sólo puede trasmitirme verdad, una palabra que poco a poco pierde significado en una sociedad absorta, desconcertada, aturdida por las apariencias. 

Platos de cuchara y diente que calientan en enero y arrebatan en julio son apurados por alarifes, chispas, profesionales de las teclas, estudiantes de mucho y poco, actores de la vida y algún que otro viudo destemplado. Las noches de farra también sirve de sacristía para la chavalería más "in" que alterna en el Siroco y para los no tan jóvenes que esquivaron el suicidio tras lustros escuchando a Los Planetas.
Ahora Casa Antonio, como museo vivo de la ciudad que es (no como muchos otros que expiran en un sueño de salas moribundas), como ejemplo de la tradición madrileña de convivencia en torno al bar en vez de a la iglesia, tiene el reto, nada fácil de resistir a la presión de un barrio amenazado por la gentrificación y a la inexorable necesidad de que las cuentas cuadren. 

Puede que si las cosas se tuercen tengan que traspasar el bar. Probablemente lo compraría un fondo de inversión que se lo alquilaría a jóvenes con pretensiones artísticas, estéticas y funambulescas  que quitarían la cabeza de toro de plástico, la máquina tragaperras, las mesas de mármol  y las botellas de brandy. Y en su lugar meterían muebles reciclados, velas aromáticas, conexión wi-fi, chaise longues para comer tumbados y té de las montañas azules de Nilgiri recogido hoja a hoja por tamiles con codos sucios, en lugar de tintorros y claretes. Y entonces la coyunda ya no sería Casa Antonio aunque dejasen el rótulo con el nombre como frívolo vestigio de lo que otrora fue una taberna castiza. Por suerte sólo son cábalas que espero no se cumplan. Sería una pérdida irreparable. 

Antes de marcharme observo un sifón de seltz que parece llevar allí toda la vida. De él pende un banderín del atleti. No podía ser de otra forma...
Suenan ecos de resistencia para Casa Antonio... siempre con una Mahou fría en la mano...
"When you walk through a storm
hold your head up high,
and don´t be afraid of the dark...
walk on, walk on
you´ll never walk alone"

Arnyfront78

viernes, 8 de noviembre de 2013

Cafetería Hawaii

C/ Pérez Galdós, 9
Metro: Chueca (línea 5)
Botellín: 1,50€ (Mahou)
Tapas: Choripapas, filetes de pollo con tomate, queso con aceitunas, papas con carne, papas bravas...
Especialidades: sartenes de huevos rotos, cloquetas, papas bravas...
 




En la calle de un ilustre, el decimonónico Pérez Galdós (sin el Benito), entre el gueto rosa de Chueca y Malasaña, se encuentra este reducto de resistencia madrileña a la modernidad: la Cafetería Hawaii. Con su entrada anodina, coronada por un rótulo con una misérrima palmera, se accede a los dominios del camarero, cuyo asomo de tupé ganado en vísperas a una calvicie más que segura, desafía a la clientela con el tronío de quien está hasta los cojones de abrir tercios y contar vueltas. 

Por un resquicio de la barra se adivina la cocina, y como sacada de "Amarcord" aparece una cocinera con lamparones en el pelo y medio pincho de tortilla adherido al moflete izquierdo, restos de picoteo y gula de quien no tiene otra cosa que hacer que guisar engordando. Los botijos son Mahou y el grifo creo que también, y entre los cuerpos enjalbegados de cuatro albañiles que besan al tio DYC, recojo una tapa ovalada de lo que parecen ser trozos de filetes de pollo empanados bajo una salsa de tomate viscosa.  


Pero no está mal el invento, seguro que es mejor que una especie de patatas con carne navegando en torrentes de aceite que han endosado a un solitario de barra que, por supuesto, no se las comerá. En el estrecho pasillo que conduce a la zona de mesas se agolpa una clientela chillona, casi escandalosa, que bebe y pide priba con ritmo, con fluida profesionalidad.  Sólo los chinos, que ocupan las dos tragaperras, guardan el tenso silencio que precede al premio. Miro al horizonte de la barra y una pata de jamón, sin carne, casi sin hueso, pide auxilio, como si quisiera que alguien acabase con su agonía. Pero allí seguirá mañana y al otro, intentando hacer juego con las paredes anaranjadas pintadas seguramente por algún amigo del dueño.   


De repente, una araña de piel alheña, algo de ojeras y 50 kilos de procaz desidia, regatea entre los fumadores agolpados bajo el umbral. Algún que otro miembro erecto indica la dirección tomada por la camarera, por una rapaza de aquí o acullá, que, a pesar del lógico hastío que conlleva una vida entre desperdicios y machos salidos, preserva una calidez hipnótica. No tarda ni tres minutos en ponerse el mandil para empezar a recoger cordilleras de platos apilados en las mesas y mientras pasa la bayeta junto a un bodegón necrosado, el hedor a cordero ataca a su colonia del Bershka. Dentro de ocho horas tendrá que volver a ducharse. Y yo también. Y mi jersey con olor a pimientos no sé si podrá salvarse. 

Pido la cuenta...el botellín sale a 1,50. Ni barato ni caro, ni regalo ni hurto. Aún así tiene más gracia que la mayoría de bares "superenrollados" y sintéticos que hay por la zona. Pronto se pondrán de moda en Chueca las infusiones de látex. Un pedacito de Honolulú en Madrid que, a partir de medianoche, deviene en manglar.  
Aloha!!!!!

Arnyfront78

domingo, 3 de noviembre de 2013

El economico (Soide Mersol)

C/ Argumosa, 9
Metro: Lavapiés (línea 3)
Botellín: 1,50€ (Estrella Damm). Caña (muy corta): 1,30€ (Estrella Damm)
Tapa: canapeses varios, frutos secos, patatas fritas, aceitunas, arroz con curry....






Siempre he admirado el cinismo, sobre todo cuando es perspicaz... ir a tomar algo por Lavapiés, paradigma del camelo bienintencionado, y meterse en un bar que se bautiza "El económico" buscando cañas y raciones baratas, caricaturiza a los ingenuos protagonistas del hecho, no al astuto propietario del bar. Y es que decir la verdad siempre es una mala idea, sobre todo cuando se trata de negocios o de andar con putas. 

El Económico no es económico, nunca lo ha sido y nunca lo será; pero no debe ser desdeñable el número de visitantes, en busca de la gran ganga, que caen por allí atraídos por una treta mercadotécnica bastante simple pero indudablemente efectiva... "di que eres barato y la gente acudirá aunque sea mentira", es decir, una variante más sutil de la máxima de la propaganda nazi que preconizaba Goebbels: "una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad".  Y como no hay peor censor que un crédulo que abre los ojos o un fumador que deja de serlo, las críticas más hostiles contra el Económico vertidas en internet subrayan la paradoja del nombre cegados por la inquina que suscita haber sido objetos de choteo. Cuando fui la primera vez, hace más de un lustro, ya supuse que era igual de caro o más que el resto de la zona y aún así entré. 

Con un nombre tan descarado sólo me preguntaba hasta que límites llegaba la mofa. Y la verdad es que no mucho, eso es lo decepcionante. Esperaba una gran broma tipo cañas a 5€, raciones a 30€... no sé... algo realmente "económico". Sin embargo, los precios, la cantidad y calidad de comida y bebidas hablan de una tibieza que siempre es de mi desagrado y parece que también del de muchos otros. No obstante, el lugar es correcto, recomendable para tomar algo de charleta con amigos mansos, para hacer que trabajas con el ordenador cuando en realidad estás enfocando a la chica guapa que está en la mesa de enfrente o, simplemente, para esperar la muerte fuera de casa.  

El local es profundo, dividido en dos plantas diáfanas y una pequeña sala, junto al váter, que sirve de reservado para los más separatistas. La luz tenue sobre las paredes color crema proyecta rojos opresivos, tórridos a pesar de un  ambiente tibio tirando a frío. La decoración elegida... sin extravagancias ridículas ni concesiones palurdas: una barra maciza, azulejos hasta mitad de altura y algún que otro elemento ornamental sobrio. También resalta la higiene a pesar de que la mayoría de locales de Lavapiés estén más limpios que los de otras partes de Madrid (aunque haya gente mal intencionada que piense lo contrario). Si el Ministerio de sanidad hiciese bien su trabajo, las tres cuartas partes de los bares que rodean la Plaza Mayor, Sol y Gran Vía estarían precintados. 

Quizá el problema del Económico esté en la planificación de los recursos y, sobre todo, en la cocina: raciones que no dan la talla (ni en calidad ni en tamaño), aperitivos caritativos (patatas fritas, cuatro aceitunas, unos panchitos), camareros simpáticos pero desmotivados y precios lo suficientemente altos para no ser el "Económico" y lo suficientemente moderados para no recibir dedicatorias incendiarias en el libro de reclamaciones. Pero la newave  de Lavapieseros, la pretty cool people y los yonquis de la nicotina siempre podrán disfrutar de la codiciada terraza de la calle Argumosa que concilia sillas, mesas, sombrillas, clientes inexpresivos por el exceso de laca, argentinos vendiendo poemarios, mendigos cansados de pedir y algún que otro borracho tratando de ligar con la máquina expendedora de la ORA. 

La paradoja de un paseo marítimo sin mar expectante al incesante flujo de tetas, culos y poyas, bolsas con kebabs, cucarachas que no entienden nada y helados de yogur goteando sobre la acera.

Arnyfront78

lunes, 28 de octubre de 2013

Petisqueira I & II

Petisqueira
C/Churruca, 6
Petisqueira II
C/ Mejía Lequerica, 17

Metro: Tribunal (líneas 1 y 10)
Caña (no hay botellín): 1,75€ (Cruzcampo glacial)
Tapas: abundantes, variadas y grasientas...papas con chorizo y carne, guiso de patatas con patatas, trozos de pizza casera, mini-cheeseburgers, berenjenas rebozadas, papas a lo pobre, sandwichitos, tortilla de patata, revuelto de morcilla....
Menú a 12,95€. 
Especialidades: Chuletón trinchado, carabineros a la plancha, pulpo a la gallega, callos, lacón....









Siempre recordaré la primera vez que visité La Petisqueira por una anécdota que nada tiene que ver con el sitio pero que creo representativa de los tiempos que corren. Cogiendo el metro en Lucero, camino de Tribunal, se montó con nosotros una niña feucha, bajita, vulnerable... como si aparentase más años de los que realmente tuviera pero creyésemos que es al revés. Iba sola, con la mochila del cole en la espalda, despistada, captando cada movimiento del vagón o de la gente con inquietud. Hizo trasbordo, como nosotros, en Príncipe Pío para coger la línea 10 que lleva a Malasaña. Esperaba la llegada del tren cabizbaja, como si quisiera ser invisible ante el hostil trajín de personas. 

Entonces recordé como mi hermano jugaba en el pueblo cuando era pequeño, cómo iba y venía sin que nada ni nadie, aparentemente, pudiera dañarle. Y me sentí mal por vivir en un sitio en el que a los niños que andan solos se los puede llevar la mano un extraño. Casualmente se bajó en Tribunal, por un momento parecía que nos seguía como hacen los perros abandonados que corren hasta reventar detrás del primer coche que aparezca sabedores de que, aveces, el riesgo es mejor que el abandono. Alcanzada la calle, mi chica le preguntó si estaba perdida, si sabía a dónde iba... y con una leve sonrisa desvalida dijo que iba a buscar a su madre al trabajo. ¿Qué mierda de mundo estamos haciendo en el que, por necesidad, los hijos tienen que ir a recoger a los padres al curro en vez de al revés?... 

La Petisqueira es un aposento ideal para cañeadores no profesionales, para aquellos/as que se quedan atrás por miedo a los efectos incontrolables del alcohol pero que, al mismo tiempo, les avergüenza mostrar a los demás sus límites. Por cada caña (que se bebe de un trago ya que es pequeña) sacan una cantidad ingente de aperitivos, así que, la poca priba que se ingiere por ronda sumado a la compensación causada por la zampa ayudan a controlar y contrarrestar el pedo. Si eres de los que vas a tomar birra o chatos y orillas la tapa hacia el camarero, éste no es tu sitio. 

La última vez que estuve fue un viernes noche y desconocía que hubiese servicio de guardería; por eso aprovechan para bajar la calidad de la tapa a base de masazas (sandwiches, mini-burgers, pizza) que engullen veinteañeros con cráteres de acné. Entre semana el asunto está mejor: revuelto de morcilla, tortilla de patata, algún que otro guiso... aunque también son propensos a las sempiternas patatas con chorizo o chistorra que acaban como un Tango Adidas en el estómago. Otra opción son las raciones... generosas en cantidad, correctas en calidad. 

Destaca también por la limpieza, tanto del local como en la comida y en las uñas de los camareros. En los comentarios que circulan por internet hay quien lo compara con "El Tigre" de la calle Infantas... nada que ver, en la Petisqueira te puedes comer la tapa sin esperar sorpresas animadas.  Los camareros son educados sin ser estirados. Hay un portugués del atléti bastante enrollado y una camarera con gafas que tiene muchas ITV´s selladas en eso de tirar cañas.

Antes de pagar me fijo en dos chavalitos con choflas que hablan de temas académicos con una morena de labios carnosos y una trenza como la de Rapunzel. Uno de ellos viste inadvertidamente, el otro lleva una "H" de Harvard o Hogwarts en un jersey naútico comprado en el Mulaya. Intuyo que querrían cabalgarla. Que a cada palabra que sale de esa boca rosada fantasean con expectativas que, se cumplan o no, alimentan hasta la mitad de la vida. Luego llega la hiperplasia de próstata. 
Carpe diem chavales!!!!

Arnyfront78

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Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo