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domingo, 23 de junio de 2013

Fogón y Candela

C/Quintana, 26 o C/ Ferraz, 23
Metro: Ventura Rodríguez (línea 3) o Argüelles (líneas 3, 4 y 6) 
Caña doble (no hay botellín): 1,70€ (Estrella Damm) 40cl aprox.
Tapas: cazuelitas de distintos tipos (de ensalada de pasta, de champiñones, de guisantes...), boquerones en vinagre con aceitunas, una especie de pañuelos hojaldrados rellenos de ¿queso?, patatas fritas...
Especialidades: las tostas, los pinchos, las hamburguesas, los huevos rotos con jamón ibérico o con gulas y gambas, la carrillada de ternera en salsa, la foundue de torta de la Serena... Gran variedad de tés exóticos.





Lo de la afición del madrileño por sentarse a pribar en terrazas alquitranadas no tiene parangón. Dudo mucho que en otras partes del país y, sobre todo del planeta (porque al fin y al cabo de un compatriota se puede esperar cualquier cosa), la gente elija abrevar en lugares en los que un avispado puede cogerte lonchitas de jamón ibérico desde su asiento de copiloto. Es como si una mezcla de pereza (para no caminar hasta una terraza decente) y reafirmación de la idiosincrasia urbana nos impulsara a tomar las cañas alicatados al frontal de un Opel Vectra. A veces creo que la máxima de mi colega el Lolo: "no pisaré la montaña hasta que la asfalten" es extensible a una gran parte de los madrileños que seríamos capaces de celebrar una cena romántica en el vertedero de Valdemingómez. No es  extraño toparse con terrazas situadas en arterias colapsadas de la ciudad, junto a paradas de autobuses, al lado de entradas de parking y, seguramente en breve, encima de glorietas. 

Madrid está llena de plazas ajardinadas y parques con quioscos que, cuando asoma el sol tres días seguidos, sacan mesas y sillas para deleite de los terraceros y enojo de los niños con balón. Tampoco parece una alternativa, salvo en las barriadas, beberse una latilla con unas pipas en un banco alejado de la polución ya que, para muchos esnobs de medio pelo, resulta una costumbre tercermundista. Preferimos una birra con lacayo y trono aunque sea en la mediana de la M-30. La terraza de Fogón y Candela no está en una autovía pero contempla indiferente la sobredosis de coches que atraviesan la calle Ferraz con dirección a Moncloa. Ni más ni menos que tres carriles de incesante tráfico y una banda sonora original que haría las delicias de los aficionados a los grupos de noise. Cuando llega el final del invierno (que en Madrid puede ser en enero o en julio), se llena de oficinistas de la zona que intentan sacar algo de provecho al día perdido (a las pestosas jornadas laborales), tomándose unas cañas que actúen como agente amnésico ante un malestar creciente. 

Todos piden tostas porque son las reinas del garito. Unas tostas exageradas, tanto en precio como en tamaño. Nunca he entendido las tostas. De repente, a un iluminado se le ocurrió poner un filete, un huevo frito, unas sopas de ajo o un cocido en tres vuelcos encima de una rebanada de pan y bautizar el invento con el beneplácito del modernismo más gocho. Pero he de reconocer que las de aquí son de calidad. También hay que reconocer el esfuerzo empresarial por montar un local descomunal como éste en uno de los barrios más caros y tradicionales de Madrid, con diferentes propuestas gastronómicas (desayunos, menús del día, pinchos que cambian semanalmente, variedad de aperitivos, raciones, hamburguesas, etc...) y un servicio eficiente. 

Se ve que es uno de los pocos sitios del barrio que no se ha dormido en los laureles y sigue batallando en estos tiempos en los que sale más rentable quedarse en casa leyendo el periódico que mantener abierto un negocio. 
A diferencia de otros bares a los que sólo les falta tapiar la entrada para hacerse, si cabe, más invisibles, han optado por un cariz pulcro, luminoso y transparente a pesar de que, bajo mi punto de vista, sea una propuesta impersonal. Y digo impersonal porque, sin ese esfuerzo por intentar hacer las cosas bien, sería un sitio más, un bar-cafetería sin alma. 

 Las cervezas cuestan 1,70€... sí, pero son más grandes que los dobles que ponen en otros sitios y con unas sartencitas chicas pero ricas. En lugar de aperitivos sebáceos a base de patatas, masas y aceites sulfúricos, se curran unos boquerones en vinagre, ensaladas de pasta, champis salteados, guisantes... es una alternativa racional a las típicas tapas grotescas a base de grandes cantidades de bazofia que tanto gustan a una muchachada que dentro de veinte años empezará a cagar coágulos con la forma del águila imperial de Slayer. 

Arnyfront78

martes, 18 de junio de 2013

La Burbuja que ríe



C/  Angel, 16
Metro: La Latina (línea 5) o Puerta de Toledo (línea 5)
Caña (no hay botellín): 1,20€ (Amstel)
Tapas: papas fritas con chistorra, tortilla con chorizo...
Especialidades: Las patatas y el revuelto burbuja (con cabrales), fabes con almejas y marisco, picadillo asturiano, pastel de cabracho, mejillones y almejas burbuja o a la sidra, entrecott, escalopines al cabrales, el pixín...
Menu del día por 9€ (con cuatro primeros y segundos a elegir) y menús para grupos por 22, 27, 29 y 34 leuros.


Es indudable que La Burbuja que ríe es para ir a comer como un cerdo. 20% chigre (sidrería asturiana) y 80% mesón psicorrural se ha especializado en raciones congestionadas, peroles desbordantes y fuentes con síntomas de cólico miserere. Los chorizos, los picadillos, las carnes "plurisaturadas", las guarniciones apatatadas y los torrentes de cabrales forman parte de la dieta recomendada por la OMS y Jane Fonda. Y todo ello por un precio más que razonable (entre 15 y 30€ dependiendo de lo que quieras tardar en vomitar los cubatas de poscena). 

No tengo un paladar exquisito, yo diría que ni siquiera exigente, pero sé reconocer un asturiano que cocina para la infantería: hordas que se nutren antes de emborracharse por La Latina, familias que buscan comida española a precio de kebabs, desganados que se bastan compartiendo una sartén entre diez y guiris deslumbrados por lo medievalesco del decorado que desconocen si está bien cocinado o no un revuelto al que le sobran dos dedos de grasa. Pero el sitio es honesto, no engaña a nadie; el nivel de la cocina va aparejado a unos precios visibles a modo de ofertas como en las semanas locas de Mediamarkt. Sería absurdo exigir haute cuisine a 15€ cuando el propósito es, claramente, competir en la parcela: cantidad/ precio. De ahí que haya menús comunitarios desde 22€ por persona que aseguran una digestión de mil años como la de Sarlacc. ¿Hay asturianos mejores en la capital?, sin duda. ¿Pero son más aburridos?, seguramente sí. 
 
Si algo tiene La Burbuja que ríe es ese espíritu jovial que tanto se agradece cuando los ojos se envidrian por la sidra. Las mesas están tan juntas y el ambiente es tan espeso que puede que estés cenando con un grupo que no es el tuyo y ni siquiera te des cuenta hasta la hora de pagar. Por no hablar de escanciadas sobre el pelo, tartas de chocolate en las que aparece un oricio y novias que saben a gamonéu... es lo que tiene el caos. Lo que no te olvides es de reservar si vas de viernes a domingo ya que si te presentas sin mesa puede que te tengas que beber tantas sidras esperando que, para cuando te la den, estés echando espumarajos por la boca. Decir, además, que, si no quieres desplazarte mucho para seguir tomándola, tienes a la vuelta de la esquina una de las discotecas más ginchas de La Latina, el mítico Olé Olé. Si tienes más de 30 años y quieres rememorar aquellos años de los bajos de Argüelles con rubias hidrópicas, Gi-Joe´s que parecen pollos trufados, gargajos en las Adidas y algún gilipollas en coma por haberse comido un cyalume... éste es tu sitio. 


Te podrían poner las copas directamente de un surtidor de Cepsa y serían mejores. Y para rematar, si logras salir del Olé Olé y no puedes abrir los ojos debido a la sobredosis de alcohol industrial sólo tienes que meterte en la puerta de al lado, el Hotel Reyes Católicos, y pedir una cama con palangana. 
En definitiva, no es mala elección, un asturiano de segunda que pugna por ascender. Para eso han de desgrasar sus platos y poco más... el resto (el sitio, el ambiente y el servicio) es notable. En otros restaurantes de primera, por la calidad de su cocina, lo único que dan ganas es de celebrar un velatorio. 

Arnyfront78

jueves, 13 de junio de 2013

Portomarín


C/ Valencia, 4
Metro: Lavapiés (línea 3)
Caña (no hay botellín): 1,30€ (Amstel)
Vino de la casa: 1,30€. Rioja y ribera: 1,70€
Tapas: canapé de salchichón ,papas alioli, salpicón con pulpo, mejillones con rinrán
Especialidades: Cocina gallega... pulpo a la gallega, lacón con grelos, codillo, pimientos del padrón...



En la primavera de 1995 el colegio nos llevó a ver la representación de una obra de la que no recuerdo nada. Tuvo lugar en el Centro Dramático Nacional situado en la plaza de Lavapiés, antes de su flagrante remodelación. Fue la primera vez que me fijé en el Portomarín ya que nos tocó esperar enfrente. Para hacer tiempo, tres o cuatro fuimos a volcar al "Simango". Un par de secuaces se llevaron Coca colas y bollos. Yo no sé muy bien por qué mangué desodorantes. Bueno... sí sé por qué... me tiré parte de la obra gaseando al personal con Axe.  
De bajada al barrio  pasamos por el Vicente Calderón a ver si podíamos colarnos en un partido de la Copa del Rey que el atleti estaba jugando. Como es obvio, no entramos. Es fascinante el entusiasmo incontrolado que uno tiene en la fase de descapullamiento. Todo es posible (o eso crees), y si no es posible, ¡qué coño importa!

Con el tiempo he vuelto infinidad de veces al Portomarín, al teatro no. Pero, últimamente, voy cada vez menos. Entre la indolencia de los camareros (hay dos que ya no pillan la jubilación anticipada y otro par que, con la camisa amarilla desabotonada para exhibir sendos cordones con crucifijo, podrían pasar por palmeros del Payo Juan Manuel) y la degradación paulatina de las tapas, he emigrado a otros bares de la zona que están enfocando la crisis con más imaginación. Creo que la desidia es mala para un negocio (sobre todo para un bar) y aunque su ubicación privilegiada le haya convertido en un referente en la zona, se nota que, paulatinamente, ha ido perdiendo clientela. Los años, manías y animadversiones de los camareros son patentes. Cuando el tinglado se anima aquello parece Srebrenica: una pugna fratricida entre supuesto compañeros de trabajo enfrentados por los derechos de propiedad de la barra. 


Además sirven con desgana, como si te hiciesen un favor tirándote la caña, con un "que te folle un pez espada" translúcido en sus ojos. Cuando en un bar hay un camarero cabrón y el resto son educados (no serviles), suele ir a la puta calle. Si todos los camareros son desagradables puede que el jefe sea el macho cabrío... simple ósmosis. Buscar un perfil hosco a la hora de contratar personal es una declaración de guerra contra la clientela que, al menos yo, tengo muy en cuenta. Será por bares...
Parece ser que mantiene una enigmática alianza con el O Pazo de Lugo y el Chacón; de ahí que las cartas sean parecidas aunque con matices. El Chacón tiene pocos platos pero todos formidables. El Portomarín tiene más variedad pero menos calidad. Y a pesar de eso, he de reconocer que se come bien. 

Me da pena, me da mucha pena que lugares emblemáticos en los que uno se ha emborrachado, ha zampado, ha besado a mocitas madrileñas y, por un rato se ha encontrado a gusto, se emponzoñen con la hiel de quienes ponen un bar para echar de comer a las reses. Para eso podría servirnos el pulpo la máquina tragaperras. Así, al hablar, escupiría euros en vez de inquina.

Arnyfront78

domingo, 9 de junio de 2013

El Greco

C/ Blasco de Garay, 20
Metro: Argüelles (Líneas 3, 4 y 6)
Caña (no hay botellín): 1,40€ (Amstel). Caña pequeña. También tienen grifo de Paulaner y de vermut Iris.
Tapas: empanada, gambas con gabardina, canapés varios (morcilla, chorizo...), pincho de encurtidos, triskis, avellanas, aceitunas, patatas fritas con boquerones en vinagre o con ensaladilla...
Especialidades: empanada, tostas, jamón, queso, boquerones en vinagre, conservas, encurtidos...



Una tarde de domingo primaveral y húmeda...
Las calles de Chamberi que repliegan hacia Argüelles expiran las últimas horas del fin de semana con síntomas de hipoxia: calles vacías a pesar del buen tiempo, cierres oxidados de tiendas anacrónicas, ancianos a los que se les marca la calavera, niños y balones que juegan en el salón de casa... un paisaje urbano en blanco y negro tan decadente como el abolengo del Príncipe de Salina aferrado al esplendor de un pasado necrófago. Estamos perdidos entre vías trazadas en perfectas paralelas y perpendiculares, flanqueando árboles que tienen las copas grises de tanto inhalar carbono, desmoralizados porque, por un momento, vuelve a hacer frío en mayo. 

El único amparo lo ofrecen los bares que se resisten a cerrar el día del Señor. Uno de ellos es El Greco. Taberna con solera que, entre semana, recibe un aluvión de oficinistas de la zona ávidos de alcohol y espuma, y que los domingos deviene en hogar del pensionista sin servicio de peluquería. Paredes vino tinto a media altura, techo inalcanzable, caos ornamental, clientela que sigue viva por la fuerza de la costumbre y una barra de mármol, robusta como las de antes, en la que da gusto acomodar el peso del cuerpo sobre el antebrazo para buscar la mejor de las posturas que se puede lograr estando de pie. 

 También hay numerosas mesas, más de las que suelen encontrarse en un bar diáfano como éste. A medio camino entre bar y tasca; sin llegar a ser mesón, pero haciendo guiños al exhibicionismo de manjares que los caracteriza. Pantalla de televisión a diestra y siniestra para ver el partido los días que hay futbol (que suelen ser todos). Pero ha acabado la liga y está puesto el canal de los 40 Principales. Nadie hace ni puto caso a Coque Malla que, en el programa Gen 40, explica, a través de las canciones que han marcado su vida, cómo es él. Aboga por Chuck Berry, Dylan y por esa belleza llamada Patti Smith. Pero la conclusión, demoledora, es que quien le pone cachondo es Britney Spears. No puedo estar más de acuerdo. Ponen el vídeo de "Toxic"  y los abuelos levantan por primera vez la vista que tenían clavada en el chato. Y piensan: "¡Dios mío, dáme fuerzas, tráeme una jamelga así y déjame morir erecto!".

Las señoras, peinadas con volúmenes inconcebibles que camuflan la cartulina, hablan de sus cosas, de amables menudencias: de nueras aviesas y enfermedades crónicas. Dan sorbitos al vino y esperan a que pase la tarde sin anginas de pecho ni incontinencias. Algún que otro adiós revela la importancia de las despedidas a según que edades: "Si mañana amanece para mí o para el resto nos volveremos a ver en la mesa de siempre. De lo contrario... ha sido un placer". También hay jubilados de última hornada luciendo jerseys acanalados que disimulan la flacidez. Disfrutan en los bares de un retiro que pinta idílico mientras el sistema de pensiones no quiebre. Se toman un vermut con el radar activado... la inacción crea cotillas. 

 A un lado y otro van cañas, dobles, tostas y algún que otro gin-tonic acompañado de almendricas. Se dan billetes al camarero y regresan platillos con las vueltas. Y por un momento parece que el dinero está ahí, que pudiera volver a fluir con la misma facilidad con la que cambiaba de manos hasta hace poco, que la tormenta fuese a escampar en breve. 

Hasta que empieza el telediario y abre con Bárcenas y sus colegas compareciendo en sede judicial, dando la alternativa macabra a las colas de desempleados que hacemos el capullo en las puertas del INEM, y no me queda otra que esbozar una amarga sonrisa por este país lleno de canallas que nos pide paciencia  a los que hemos empezado a comernos los mocos.

Arnyfront78

domingo, 2 de junio de 2013

La Taberna de La Copla

C/ Jesús del Valle, 1
Metro: Noviciado (línea 2)
Botellín: 1,30€ (Mahou). Grifo de Mahou
Tapas:  Preguntan qué quieres de aperitivo. Huevos duros, ensaladilla rusa, empanadillas y croquetas congeladas, aceitunas...
Especialidades: Los vinos, cazuelas a 5,50€ (bacalao al pil pil, pisto con huevo, fabada, rabo de toro...), tostas a 5 y 6€ (jamón de bellota, salmón marinado, anchoas de Santoña...) y las patatas de la copla.
https://www.facebook.com/pages/Taberna-de-La-Copla/662695683745878 


Me gustaría clasificar como "Top secret" algún que otro hallazgo tabernario como éste, pero qué coño... voy a compartirlo con vosotros. 
Jesús del Valle es una de esas calles que amenaza fatiga al divisar las cuestas que apuntan hacia Malasaña. Nace en la calle del Pez, muere en Espíritu Santo y sólo conoce de edificios provectos y algún que otro pequeño negocio con visos de echar el cierre definitivo en breve. En el número 1, compartiendo inmueble con otros dos bares y con una pequeña zapatería (reparación de calzado Alberto) que anuncia en su escaparate: "tapas en el acto" (de las que saben a cuero), se encuentra este agradable oasis inmerso en un desierto de impostores. 

La Taberna de la Copla es, sin duda, lugar de parada y fonda obligatoria en la zona. En sus muros color crema se homenajea a los hombres y mujeres que, durante décadas, rompieron su voz por una España pasional y genuina a la par que miserable y doliente. Las fotos de Pepe Marchena, Antonio Chacón, Concha Piquer, Antonio Mairena y de muchos otros peones del cante, evocan un pasado que se esfuma con la memoria de los muertos. Un rincón para reflexionar sobre lo cerca o lo lejos que el hombre actual se encuentra del campo, de la mina, del pan y de los suyos. También queda espacio para tomar aire después del trabajo, sea cual sea el laboreo, con un botellín frío y asequible (1,30€), acompañado de un huevo duro daliniano, tan ovoide como una luna en cuarto menguante. 

 La camarera, que supongo también es dueña, es la viva imagen de cómo sería Nicola, esa cockney encabronada de "La vida es dulce" de Mike Leigh, con 20 años más y habiendo superado sus conflictos personales. Gracias a esa cercanía, nada afectada, tienen una cartera de fieles vecinos que se pasan a charlar un rato por allí mientras se mojan los labios, con mesura o con exceso, contemplando unas tinajas que de tanto beber vino se han ganado una jubilación dorada como elemento decorativo. Merece la pena echar un caño en el váter de la planta baja para ver la cripta. Es una caverna lo suficientemente iluminada como para matarse las cañas cuando de arriba te echa una canción de Rosario. Dividida en secciones, me recuerda a la galería del crimen del Museo de cera de Colón, sólo que, en lugar de toparte con los empalados por la inquisición, puede que te asuste algún Ray Liotta de Las Vistillas poniéndose cantaditas de detergente sobre el aparador estilo "Lolailo XVI" que hay al fondo. El mueble es fascinante, se parece a los que tenían nuestras abuelas allí donde teníamos vetado entrar; un altar engalanado con tal cuidado y cariño que era el objetivo principal de nuestro balón de fútbol.   

Otrora podrían haber compartido vino y queso allí, Juan Belmonte , "El Gallo" y Rafael Gómez Ortega "El Lagartijo", hablando de lo nobles que son los toros y lo malos que son los hombres. Y al escuchar el quebranto recio de Rafael Farina pidiendo vino amargo porque dentro lleva la amargura de un querer, quizá soltasen alguna que otra lágrima por aquel morlaco que, sobre la arena ensangrentada, les explicó, con una mirada libre de reproches, de qué va eso de estar muriéndose. 

Arnyfront78

Datos personales

Madrid, Madrid
Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo