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sábado, 26 de julio de 2014

Gayagum

C/ Bordadores, 7
Metro: Ópera (Líneas 2, 5 y ramal)
Especialidades: bulgogi, dumplings (empanadillas coreanas), pollo al teriyaki, arroz con carne y verduras, sopa de pollo con ginseng, cazuela de kimchi con carne y salchichas, arroz frito con pollo y langosta, tempura...




Ha nacido un estilo: el astureano, es decir, la mezcla ebria de asturianismo salvaje y comida coreana posnuclear. Todo empezó con el cierre de "La Quintana", un mesón cuya infraestructura se parece más a los típicos salones de bodas del corredor del Henares que a los chiges de Avilés. 
 
Pero he aquí que los responsables del Tulipán-Gayagum, situado en el barrio de La Concepción, deciden dejar la periferia para instalarse en el eje Opera - Sol - Callao, en donde la crisis, los ruinosos alquileres y el exceso de oferta hostelera engullen más bares que el triangulo de las Bermudas barcos. ¿Y creéis que hacen reforma para cambiar esa decoración Astur y adaptar el local a un dojang coreano? (aunque sólo sea para hacer taekwondo)... ni hablar. Dejan intacta la barra de sidrería, los salones revestidos de madera, los marcos con escudos de municipios del Principado e incluso la imagen de la santina bendiciendo el ruedo y se ponen a servir bulgogi y pollo teriyaki sobre una vajilla con la cruz de Don Pelayo... ¡con dos cojones! 


Pero eso no es todo. También sirven raciones tipical spanish (jamón, queso, lomo, etc...); así que el desconcierto es absoluto. Podríamos concluir, por tanto, que el estilo del Gayagum no pretende fusionar dos gastronomías diferenciadas para obtener platos que sean mezcla de ambas (rollo cocina chifa); sino más bien proponer un disparatado gazpacho de platos disonantes fruto de la ilimitada imaginación asiática. Así puedes llenar la mesa con platos coreanos y españoles  que, en principio, no tienen relación alguna (siempre estás a tiempo de echar chorizo a la sopa de tofu blando). 

Nosotros fuimos a comer un día entre semana a eso de las 15:30. De la tele manaba la energía inagotable de Jordi Hurtado. Tras la barra, un mullido recogido de madame Butterfly dormitaba una siesta narcótica. El recibimiento (la zona de bar) aun olía a humedad y bollo preñao. Súbitamente nos recibió la hermana secreta de Imelda Marcos, algo extrañada de recibir clientes a pesar de ser un restaurante. Pero como en todos los establecimientos asiáticos, la actividad permanece latente en espera de reanudarse en cualquier momento. Así que nos dieron mesa. La cocina no estaba cerrada; más bien no había abierto. 


De sus profundidades salía una voz gutural, como la del general Tani, que recibía con desgana la comanda de nuestra mesa. Pedimos menú del día para economizar y concretar. Bucear en la extensa e insondable carta habría supuesto un esfuerzo inútil. No había pasado un minuto cuando Imelda Marcos bis nos trajo de aperitivo una fuente con kimchi (col fermentada), brotes varios, champiñones fríos, cacahues hervidos y unos pescados minúsculos  a medio camino entre espermatozoides y chanquetes. Nada resultaba excepcional, pero fue todo un detalle. 


Acto seguido y en aluvión llegaron todos los platos que pedimos: empanadillas coreanas, fideos de batata salteados con verduras y carne, bulgogi (ternera con salsa de soja y verduras) y una especie de arroz con un huevo frito encima. Yo comí bien, quedé saciado y con la cara bermellona. Me abstengo de juzgar si la cocina merece una beca o recuperar en septiembre. Lo cierto es que bajé al váter, me agarré a las paredes en cuclillas y liberé la fiera que arrebataba mis intestinos. Yo creo que fue la sopa que acompañaba al arroz. Estaba rica pero era demasiado intensa.


Parecía un caldito de norcoreano ajusticiado por Kim Jong-Un. Pidiendo a la carta sale entre 25 y 30€ por persona y se recomienda llevar encima la tarjeta sanitaria.
La verdad, el sitio, como poco, es sorprendente. Y eso ya es mucho.
No apto para inquisidores gastronómicos ni para cólones irritables.

Arnyfront78

lunes, 14 de julio de 2014

La Camocha

C/Fuencarral, 95
Metro: Tribunal (líneas 1 y 10)
Caña (no hay botellín): 1,50€ (Amstel)... buen tamaño.
Tapas: canapeses, aceitunas, ensalada campera, mejillones a la vinagreta...
Especialidades: tortilla española y asturiana, patatas al cabrales, fabada, callos a la madrileña, entrecot a la pimienta o al cabrales, tabla de quesos asturianos, cabrales (batido o natural), lacón con cachelos, verbena de ahumados, pastel de cabracho, albóndigas, fabes con almejas, revuelto de morcilla y piquillo, pulpo a la gallega, pimientos del padrón, empanada, oreja  a la plancha, croquetas de cabrales, solomillo de ternera al ajo arriero o con salsa de anchoas, bacalao a la riojana...






Parece que el número de gente encabronada con La Camocha, el conocido mesón de la calle Fuencarral, no tiene límite. Al leer las crispadas quejas que los sufridos comensales vierten en las plataformas de opinión (rollo Tripadvisor, 11870, Yelp, Salir.com, etc...) me planteo si no resulta más útil adjuntar la hoja de reclamaciones junto a la cuenta y el café, por aquello de ahorrar tiempo a todos.
Joy F. dice en Yelp que "el chorizo a la sidra sabe a mierda sosa"; que al decírselo al camarero, éste le echo la peta y que, acto seguido, tiró una copa de sidra sobre el regazo de una de sus amigas.


Otro usuario anónimo de Salir.com dice que les prepararon en tres minutos almejas a la sidra, croquetas y huevos rotos (hay serias sospechas de las dotes telequinésicas del cocinero). Además las almejas eran grises y con una textura extraña por lo que concluye en darle una estrella porque no se puede dar menos. 
Veghita, por su parte, nos exhorta a que "jamás pidamos un café" ya que es el más repugnante que había tomado hasta la fecha. Además dice que las mesas están pegajosas y que los camareros, más que servir, lanzan las consumiciones.
Por último, menos airado y con mucha más retranca, Nabor R. afima en Yelp que "tomarte unas copas, cenar en la Camocha (con bien de cerveza) y después montarte en el metro para ir a casa es como echarle Fairy a la lavadora".
También hay buenas críticas... son las menos.  


Es evidente que La Camocha agasaja y mima a su clientela de una forma algo áspera; pero joder, no es para tanto. Creo que es una cuestión de expectativas. Para los que andamos jangueando por la city sin rumbo ni meta, dejarse caer por La Camocha y tomarse un par de cacharros no supone un acto heroíco ni traumático. El aperitivo ni fu, ni fa... la caña tiene buen tamaño... la sala no está sucia... las raciones no son caras... el ambiente es distendido... Eso sí, los camareros no van a ganar el "premio naranja" a la simpatía.  El que nos sirvió llevaba la cara de mala follá que tendría Albert DeSalvo si fuese la asistenta de Mariló Montero. Y creo que su compañero se motiva para ir al trabajo escuchando el "Reign in blood" de Slayer. 
Ahora bien, si reservas mesa para llevar a unos amigos de Ribadesella vendiéndoles una velada de ensueño en un chigre como los del Principado es muy probable que cuando vayas a verles al norte te planeen un picnic rodeado de osos. 

A La Camocha no se puede ir rebosante de entusiasmo, ni siquiera con esperanza de degustar una cocina excelsa. Basta con plantarse ante esa fachada luminosa como un Pussy show de Bangkok, distinguida por la silueta de un escanciador angoleño con gorro de la CNT y todo más verde que la pota de un vegano, para intuir que por mucho que tengan zona wifi y asen pollos para llevar, Tony Genil jamás hubiera podido componer Turandot. La Camocha está bien para planes fortuitos y carentes de pretensiones... porque estás por Malasaña y se te antojan unas papas con cabrales o una tortilla asturiana... para desfasar jarreando con los amigos... para una primera cita de eDarling con un cincuentón de Logroño y, sobre todo, para hacer un simpa coral tras un festival de rondas. Al final lo que queremos es quedar con los colegas aunque los chorizos a la sidra sean salchichas con tintorro.

 Y poco más que decir... todo lo bueno y malo que se puede decir de un bar cualquiera que alimenta a la tropa por poco dinero. Es una pena que la desmotivación y una gestión errática desaprovechen un emplazamiento privilegiado y unas infraestructuras que ya querrían muchos empresarios hosteleros. La otra Camocha de Fuencarral 114 (que cerró sus apuntaladas puertas hace unos meses), donde los suflés capilares de las doñas de Chamberí no dejan ver el sol, tenía más gracia. Le sobraba lo que le falta a ésta: buenos aperitivos y un poquito de rumba. Era más cutre y viscosa... lo único que la diferenciaba del comedor de un geriátrico era que los blisters de la mermelada no estaban caducados y, aún así, tenía bastantes clientes habituales. El visitante más fiel de La Camocha de Malasaña es el repartidor de barriles de Amstel. 
¡Un chigre asturiano no puede tener nuggets de pollo. Es como vender consoladores en una mercería!

Arnyfront78

martes, 1 de julio de 2014

Los Montes de Galicia

C/ Azcona, 46
Metro: Diego de León (líneas 4,5 y 6)
Caña (no hay botellín): 1,70€ (Cruzcampo)
Tapas: canapeses gourmet, alitas de pollo, rabo de toro...
Especialidades: Pulpo a la gallega, ensalada de jamón ibérico y de jamón de pato, ensalada de tomate raff con lomos de atún, arroz con bogavante, entrecotte de buey gallego, hamburguesa de carne de kobe, lomo de atún rojo a la plancha con guarnición de verduras, vieiras con jamón, carabineros a la plancha, corzo a la plancha con salsa de grosellas y compota de manzana, pluma ibérica con queso de cabra y salsa teriyaki, parrillada de mariscos, lomo de lubina confitada con pimienta sichuan y risoto de hongos, salmón relleno de merluza al cava, ventresca de bonito a la bilbaína, medallones de solomillo al cabrales, filoas rellenas de crema de queso, milhojas de crema y nata, biscuit de almendras y miel al licor de cacao, parfait de chocolate blanco...
 
 


Hace unos días fuimos a dar una vuelta por el barrio en el que, durante un par de años, mi chica compartió piso con dos amiguetes. Yo me acoplé a mitad de viaje en lo que fue una convivencia de media jornada. Guardo buenos recuerdos de aquella casa y de ese carismático barrio que es La Guindalera. Este hermoso patito feo del distrito de Salamanca acaba camelando, como una ajada y cautivadora mujer centenaria, a quienes dejan que sus múltiples encantos penetren en el torrente sanguíneo. 
 
Ya sea por el climax chusco-taurino de los bares que rodean Las Ventas, por las singulares casas del "Madrid moderno" de las calles Roma y Castelar, por la cartera de afterworkers que castigan nómina e hígado en las barras de la calle Cartagenta, por las bienintencionadas e ingenuas iniciativas de la asamblea del barrio, por los desayunos con botellín y tortilla paisana de Juanito (junto al teatro de La Guindalera), por comprar en el mercado de la plaza o por agonizar en un puti con dos peruanas sin piños... podríamos decir que todo (incluido el rabo) es de buen toro. Para un chaval de barrio como yo es reconfortante toparse con un reducto vecinal orgulloso de su identidad diferenciada en el distrito más casposo y clasista de Madrid. Guindalera es un barrio obrero (no proletario) y aun así parece una aldea gala asediada por momias con visones, Marhuendas con pelo graso y niños grimosos uniformados de escolapios. 
 
Caminando por Ardemans, Pilar de Zaragoza y Martinez Izquierdo presenciamos la sangría de comercios cerrados, los "se alquila" o/y "se traspasa" y los flamantes escaparates de negocios recién abiertos que no verán el invierno. Advertimos el barrio igual de sucio y descuidado que hace tres años. Sin embargo la evidente dejación de mantenimiento y conservación de sus espacios públicos por parte del consistorio (tan visible como en el resto de barrios humildes del otro lado de la M-30) puede que lo haya embellecido; puede que sea el decadente y poético prólogo al proceso de descomposición de las ciudades que describe Sartre en La Nausea: "La vegetación se ha arrastrado kilómetros enteros en dirección a las ciudades. Aguarda. Cuando la ciudad esté muerta, la vegetación invadirá, trepará por las piedras, las estrechará, las hará estallar con sus largas pinzas negras; cegará los agujeros y dejará colgar por todas partes sus patas verdes. Hay que quedarse en las ciudades mientras estén vivas". 
 
Pero no todo es andar, así que bajamos por Azcona y paramos en Los Montes de Galicia para echar un trago. Aquí tampoco ha cambiado nada, probablemente porque no hay nada que cambiar. Los salones con estucos y arcos, la mezcla de piedra y madera y el predominio de mesura en el atrezzo dirigen el interés de los visitantes a la comida que hay en el plato... sin distracciones ni añagazas. Eso sí, por mucho que la comida sea buena y esté ajustada atendiendo a la calidad de los productos (unos 50 euros por barba), se han propuesto que la caña acabe siendo más cara que el solomillo a la parrilla. En dos años ha pasado de un precio abusivo para su tamaño (1,50€) a un precio intolerable (1,70€), en un claro envite a la crisis de los demás. Por contra están todo el día promocionándose en la radio y anunciando descuentos, packs y tarifas planas para atraer a manadas hambrientas; por lo que resulta bastante desconcertante tal esquizofrenia. Así que a nosotros nos han jodido bien, ya que somos más de comer bebiendo que de zampar rugiendo. De ahora en adelante, cuando volvamos, por lo que consideramos también nuestro barrio... "una y no más, santo Tomás" en los Montes, por más que preparen unos aperitivos excepcionales (canapeses esmeradamente elaborados). 
 
Para finalizar quiero honrar el trabajo de ese camarero veterano, con regate de brasileño (de los brasileños de antes no de los aizkolaris de Escolari) y diestra mano para tirar cañas que presume con orgullo ser del Barrio del Pilar. Enseguida sabréis quién es porque cada vez es menos habitual encontrar profesionales capaces de compatibilizar maestría y simpatía. Es un claro ejemplo de que para ser buen camarero en Madrid no es necesario escupir en los platos.

Arnyfront78

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Madrid, Madrid
Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo