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viernes, 28 de febrero de 2014

Cervecería El Prado

C/ Ferraz, 43
Metro: Argüelles (líneas 3, 4 y 6)
Botellín: 1€ (Estrella de Galicia). Grifo de Estrella de Galicia.

Tapas: oreja con salsa, garbanzos con morcilla, pollo con patatas, queso, aceitunas, papas fritas...
Especialidades: gran variedad de cervezas de importación, raciones (sepia a la plancha, setas, cloquetas, habitas con jamón, ensaladilla rusa...), platos combinados, bocatas, sandwiches, hamburguesas (hamburguesa de buey Valle de Esla), ensaladas...
Menú del día a 12€ (a elegir entre cinco primeros y segundos)


Los domingos hay pocas opciones de tomar cañas  por los alrededores del Parque del Oeste sin sucumbir a las cautivadoras pero sangrantes terrazas de Pintor Rosales. Una de esas opciones (o tal vez la única decente que hemos encontrado) es la Cervecería El Prado. A diferencia de El Lagar y Platos Rotos, que acatan a la española el mandato bíblico del Deuteronomio: "Es día del Señor, en ese día no trabajarás ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno...", El Prado hace competencia desleal al párroco del santuario del Inmaculado Corazón de María que sale a la puerta del templo a capturar a vecinos sediciosos que se escaquean de misa.


 Nosotros optamos por la herejía bírrica, pero habríamos reconsiderado la oferta, a pesar de ser satánicos, si el religioso nos hubiera garantizado dos o tres rondas de vino misal. Si he conseguido leer "La caverna" de Saramago, creo que podría soportar un oficio entero borracho. Aparentemente, El Prado no ofrece nada. Su fachada horterilla, de charcutería de General Ricardos, no seduce al viandante. Salvo por la oferta de botijos de Estrella de Galicia a un pavo con tapa (que para como se están poniendo las cosas está bastante bien) y por el surtido de cervezas de  importación que cambia semanalmente, carece de especialidades significativas que propaguen el boca-oreja entre los tabernófilos. 

Sin embargo, una apacible atmósfera senil, casi tan beatífica como la de la iglesia, sólo interrumpida por algún que otro berrido de comanda, hace que nos sintamos cómodos e incluso cómplices. Cómplices de ancianos gráciles y torpes, sobrios y ebrios, con abrigos rozados en las coderas ellos, con permanentes monumentales ellas, que escenifican ese conmovedor ritual que es salir a comer el menú del día a la cafetería de debajo de casa o al bar de la esquina con el/la compañero/a de vida, al que en breve se llevará el cansancio. Probablemente no dirán nada durante la comida; compartirán la deglución de alimentos con el reverencial silencio que impone haberse dicho todo a lo largo de los años.

Y entre consomés que se quedan tibios por el lento discurrir de la absorción y filetes que ya no se pueden masticar fluirá la hermosa y triste (por lo que tiene de inexorable) convicción de que la vida compartida es mejor que la otra. Si no, que se lo digan a ese viudo (siempre hay alguno) que proyecta melancólicos ocres desde el fondo del comedor... siempre solo, olvidado en vida... con el periódico doblado por la página de esquelas y la vista invocando a una muerte que no llega. Pero no es un lugar triste, ni siquiera pre-funerario. También hay chavales que compensan la media de edad jarreando hasta que echan el cierre. Y por supuesto dos camareras latinas que hacen castañear dentaduras al compás de contoneos tropicales. 


Probablemente El Prado esté condenado a ser la sombra de El Lagar, con la ventaja y desventaja que ello supone. Ventaja porque cuando El Lagar se llena, la gente entra al de al lado. Inconveniente porque buques insignia del tapeo de Madrid eclipsan al resto de bares, a los que, por desconocimiento o por inercia,  no solemos dar cancha. 
Dado que el bipolar panorama del tapeo madrileño oscila entre lugares como el Tigre, El Boñar, Pepe el Guarro, Los Amigos, Los Enemigos e incluso mi querido Lagar, y chill outs donde la tapa hay que imaginarla, propongo que cervecerías limpias, sencillas, económicas y con un trato cordial como ésta sean consideradas farmacias. 
Parece que entre gochos y modernos sólo hay tierra quemada.

Arnyfront78

viernes, 21 de febrero de 2014

El Chorrillo

C/ del Acuerdo 3
Metro: Noviciado (línea 2)
Botellín: 1,25€ (Mahou)
Caña: 1,25€ (Amstel)
Tapa: a elegir para los asiduos. Para los no habituales... bazofia.


Hay una secuencia en la película Barrio, dirigida por Fernando León de Aranoa, en la que uno de los protagonistas busca trabajo como repartidor de pizzas. El diálogo entre el chaval y el encargado es el siguiente: "hay cuatro turnos de trabajo: tarde, noche, de lunes a viernes y fines de semana. Te puedes meter en el que quieras que te va a dar igual, luego te lo cambio yo como me salga de los cojones". Algo parecido sentí cuando visité por primera vez este bar que se encuentra equidistante de la calle San Bernardo y el cuartel del Conde Duque. 

Siempre he considerado un detalle que al pedir la consumición el barman me pregunte qué quiero de aperitivo, aunque nunca me ha molestado que, sin preguntar, me endose lo que quiera (normalmente lo más rancio). Lo que me desconcierta es que me pregunte qué quiero, le diga que torreznos (a la vista de que se los habían puesto a los que estaban allí) y nos ponga lo que le sale de los cojones, esto es, dos canapés de chorizo sobre pan rebenido. No entiendo la jugada. ¿Para qué coño me pregunta? Me parece tan inapropiado como arriesgado vacilar a un desconocido. Quise ser comprensivo dada la cantidad de gente que había. Entiendo que estar poniendo cañas todo el día es una putada y que un despiste o una sordera transitoria puede afectar a cualquiera. Así que regresamos semanas después para corregir nuestra opinión o para corroborar nuestras sospechas. Esta vez cambió de táctica pero con la misma intención: ponernos la peor tapa. En vez de preguntarnos qué queríamos, directamente nos encasquetó los cuadrados rebozados que podéis ver en la imagen.

Sin comentarios. ¿Por qué todo esto?... me temo que porque no somos habituales. Debe ser que les sobran clientes, me alegro por ello. Aun así estoy dispuesto a darle una tercera oportunidad dado que los botijos están bien fríos y el ambiente es juvenil, desenfadado, diría que incluso cálido. Lo más destacable... bastantes fotos de paisajes esteparios (seguramente son fotos del pueblo del dueño... un clásico provinciano) y un enorme ventilador blanco de estilo caribeño que pende amenazante sobre las cabezas de los libadores. Los bocatas y montaditos están a buen precio, pero las raciones son caras para ser habas contadas. Siendo justo creo que no es mala elección en la zona. Un bar de cañas puro y duro, no como muchos de los sofisticados engendros que llenan las inmediaciones de Conde Duque. 
  
Además el camarero joven parece majete. Veremos si cuando tenga los años del Liam Gallagher de turno no tiene la misma mala follá. No es nada personal, nunca lo es, probablemente sea un gran tipo, pero seleccionar el aperitivo en terminos de asiduidad o inconstancia dice mucho de una persona. 
La conclusión respecto a este bar es de decepción teniendo en cuenta las expectativas creadas en base a los comentarios positivos leídos en la red y de cínica displicencia careciendo de las mismas. A lo mejor la próxima vez me llevo el aperitivo de casa, no sea que me plante un durum de Tampax usado con mostaza... o algo peor.

Arnyfront78

lunes, 10 de febrero de 2014

Meson El Gañán

C/ Veneras, 7
Metro: Santo Domingo (Línea 2)
Caña (no hay botellín): 1,30€ (Cruzcampo)
Tapas: almóndigas en salsa, callos, aceitunas, tortilla en salsa, papas alioli, oreja en salsa...
Especialidades: el gañán (montado de panceta), el somarro (montado de lomo), el señorito (montado de jamón serrano y pimientos), el tarugo (chorizaco), el timón (brochetón), manitas de cerdo, mollejas de cordero, cuchifrito, champiñones al ajillo...




Seguimos orbitando en la calle Veneras. Esta vez toca un mesón inequivocamente anti-vegetariano. Y digo anti-vegetariano porque, siendo como son abulenses (del Losar del Barco), no se puede ser otra cosa. Recorriendo ese territoririo herido de muerte por zanjas que el frío hiende, que es el valle de Amblés, lo más cercano a vegetales que me he encontrado en la mesa fueron unas alcachofas estampadas en un mantel. 

En una tierra tan dura, en la que las tres cuartas partes de los paisanos andan sordos por efecto del viento y el resto no quiere oír, en la que las sábanas rezuman escarcha, donde los gatos y perros pesan menos que las ratas, donde las administraciones públicas nunca han invertido y nunca lo harán, sólo puede haber comida contundente, hipersaturada; que permita laborar el campo bajo la canícula o el pedrisco. Allí no hay lugar para brunches, sino para almuerzos con vino. Ser vegano en Ávila supondría apostatar de la única y verdadera religión que hay en Castilla: la carnívora.  
 
Dice mi brother Emilio que "lo verde pa los conejos" mientras se atiza un brik de leche a gañote o dentellea un chuletón de kilo cercado por el único tubérculo que admiten los depredadores de pro por no parecerlo: la patata cuando está frita. Siempre me ha fascinado ese vigor abrupto que tienen los hombres que doblan mi peso; esa confianza hercúlea de quienes podrían comandar una centuria romana o sobrevivir a huracanes anclados a una farola. No se puede dirigir el crimen organizado bebiendo leche de soja, sería una aberración estética. En el Gañán los únicos vegetales que he visto son pimientos fritos y champis con jamón. Es probable que haya más verduras pero deben estar amedrantadas por la carne, el aceite y el sebo. 

Tampoco se recomienda comer lo que venga del mar, ya que las kokotxas pueden ser de cabrito. Por contra, todo lo que ha pacido, balado o gruñido halla su destino en la lumbre. Una brasa en la que se atezan la panceta, el jamón o el lomo para travestirse (entre dos rebanadas de hogaza) en "gañanes", "señoritos" y "somarros". Estos montaditos que cuestan entre 1,20 y 1,50€, junto con el pincho moruno rejoneado con saña ("el timón") y un chorizo ("el tarugo") que parece uno de esos zurullos que, en sus extremos, pueden llegar a conectar el agua del inodoro con un esfinter en plena acción, son el motivo de visitar este aprisco mesetario en el que se ve Telemadrid y huele a urinario de estación de autobuses. 
 
Pero si sólo se quiere ir a tomarla y aprovechar la cadena de aperitivos que van poniendo con la caña, éste no es el sitio, a no ser que te guste el gastro-reciclaje: tortilla en salsa, callos en pepitoria, pollo en salsa de callos... No obstante, es el lugar perfecto para una cena romántica de ruptura y para la presentación mundial de un best-seller.  Yo me paso a menudo, ya que es, sin duda, el más literario de la calle. A diferencia del Mareas Vivas, El Labriego, Parrondo, Los Amigos, etc... donde se vive de la muchachada que sabe de la pedrea de aperitivos que han hecho del eje Veneras-Trujillos un referente en la ciudad, en El Gañán hay una feligresía autóctona tan exótica como estimulante para quienes ponderamos el lirismo que a veces dimana de lo grotesco, más allá de la simpleza de un aperitivo mejor o peor, de una caña aguada o bien tirada o de la incontinente escenificación afectiva con la que los madrileños exaltamos la amistad... allí donde se hable más alto. 

Tenues reminiscencias de ese transparente ascetismo con el que nuestros abuelos, venidos del pueblo, gestionaban la a menudo alegre y siempre absurda vida de ciudad, perduran en este antrazo regentado por representantes de una generación temerosa de Dios y del gobierno que administrará sus pensiones. 



Aun quedan sitios donde escuchar el runrún de la vida sin la necesidad egocéntrica de tener que decir nada.

Arnyfront78

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Madrid, Madrid
Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo