C/ Bordadores, 7
Metro: Ópera (Líneas 2, 5 y ramal)
Especialidades: bulgogi, dumplings (empanadillas coreanas), pollo al teriyaki, arroz con carne y verduras, sopa de pollo con ginseng, cazuela de kimchi con carne y salchichas, arroz frito con pollo y langosta, tempura...
Ha
nacido un estilo: el astureano, es decir, la mezcla ebria de
asturianismo salvaje y comida coreana posnuclear. Todo empezó con el
cierre de "La Quintana", un mesón cuya infraestructura se parece más a
los
típicos salones de bodas del corredor del Henares que a los chiges de
Avilés.
Pero he aquí que los responsables del Tulipán-Gayagum, situado
en el barrio de La Concepción, deciden dejar la periferia para
instalarse en el eje Opera - Sol - Callao, en donde la
crisis, los ruinosos alquileres y el exceso de oferta hostelera engullen
más bares que el triangulo de las Bermudas barcos. ¿Y creéis que hacen
reforma para cambiar esa decoración Astur y adaptar el local a un dojang
coreano? (aunque sólo sea para hacer taekwondo)...
ni hablar. Dejan intacta la barra de sidrería, los salones revestidos de
madera, los marcos con escudos de municipios del Principado e incluso
la imagen de la santina bendiciendo el ruedo y se ponen a servir bulgogi
y pollo teriyaki sobre una vajilla con la
cruz de Don Pelayo... ¡con dos cojones!
Pero eso no
es todo. También sirven raciones tipical spanish (jamón, queso, lomo,
etc...); así que el desconcierto es absoluto. Podríamos concluir, por
tanto, que el estilo del Gayagum no pretende fusionar
dos gastronomías diferenciadas para obtener platos que sean mezcla de
ambas (rollo cocina chifa); sino más bien proponer un disparatado
gazpacho de platos disonantes fruto de la ilimitada imaginación
asiática. Así puedes llenar la mesa con platos coreanos y
españoles que, en principio, no tienen relación alguna (siempre estás a
tiempo de echar chorizo a la sopa de tofu blando).
Nosotros fuimos a
comer un día entre semana a eso de las 15:30. De la tele manaba la
energía inagotable de Jordi Hurtado. Tras la barra,
un mullido recogido de madame Butterfly dormitaba una siesta narcótica.
El recibimiento (la zona de bar) aun olía a humedad y bollo preñao.
Súbitamente nos recibió la hermana secreta de Imelda Marcos, algo
extrañada de recibir clientes a pesar de ser un restaurante.
Pero como en todos los establecimientos asiáticos, la actividad
permanece latente en espera de reanudarse en cualquier momento. Así que
nos dieron mesa. La cocina no estaba cerrada; más bien no había abierto.
De sus profundidades salía una voz gutural, como
la del general Tani, que recibía con desgana la comanda de nuestra mesa.
Pedimos menú del día para economizar y concretar. Bucear en la extensa e
insondable carta habría supuesto un esfuerzo inútil. No había pasado un
minuto cuando Imelda Marcos bis nos trajo
de aperitivo una fuente con kimchi (col fermentada), brotes varios,
champiñones fríos, cacahues hervidos y unos pescados minúsculos a medio
camino entre espermatozoides y chanquetes. Nada resultaba excepcional,
pero fue todo un detalle.
Acto seguido y en aluvión
llegaron todos los platos que pedimos: empanadillas coreanas, fideos de
batata salteados con verduras y carne, bulgogi (ternera con salsa de
soja y verduras) y una especie de arroz con un huevo frito encima. Yo
comí bien, quedé saciado y con la cara bermellona.
Me abstengo de juzgar si la cocina merece una beca o recuperar en
septiembre. Lo cierto es que bajé al váter, me agarré a las paredes en
cuclillas y liberé la fiera que arrebataba mis intestinos. Yo creo que
fue la sopa que acompañaba al arroz. Estaba rica
pero era demasiado intensa.
Parecía un caldito de norcoreano ajusticiado
por Kim Jong-Un. Pidiendo a la carta sale entre 25 y 30€ por persona y
se recomienda llevar encima la tarjeta sanitaria.
La verdad, el sitio, como poco, es sorprendente. Y eso ya es mucho.
No apto para inquisidores gastronómicos ni para cólones irritables.
Arnyfront78
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sábado, 26 de julio de 2014
lunes, 14 de julio de 2014
La Camocha
C/Fuencarral, 95
Parece que el número de gente encabronada con La Camocha, el conocido mesón de la calle Fuencarral, no tiene límite. Al leer las crispadas quejas que los sufridos comensales vierten en las plataformas de opinión (rollo Tripadvisor, 11870, Yelp, Salir.com, etc...) me planteo si no resulta más útil adjuntar la hoja de reclamaciones junto a la cuenta y el café, por aquello de ahorrar tiempo a todos.
Joy F. dice en Yelp que "el chorizo a la sidra sabe a mierda sosa"; que al decírselo al camarero, éste le echo la peta y que, acto seguido, tiró una copa de sidra sobre el regazo de una de sus amigas.
Metro: Tribunal (líneas 1 y 10)
Caña (no hay botellín): 1,50€ (Amstel)... buen tamaño.
Tapas: canapeses, aceitunas, ensalada campera, mejillones a la vinagreta...
Especialidades:
tortilla española y asturiana, patatas al cabrales, fabada, callos a la
madrileña, entrecot a la pimienta o al cabrales, tabla de quesos
asturianos, cabrales (batido o natural), lacón con cachelos, verbena de
ahumados, pastel de cabracho, albóndigas, fabes con almejas, revuelto de
morcilla y piquillo, pulpo a la gallega, pimientos del padrón,
empanada, oreja a la plancha, croquetas de cabrales, solomillo de
ternera al ajo arriero o con salsa de anchoas, bacalao a la riojana...
Parece que el número de gente encabronada con La Camocha, el conocido mesón de la calle Fuencarral, no tiene límite. Al leer las crispadas quejas que los sufridos comensales vierten en las plataformas de opinión (rollo Tripadvisor, 11870, Yelp, Salir.com, etc...) me planteo si no resulta más útil adjuntar la hoja de reclamaciones junto a la cuenta y el café, por aquello de ahorrar tiempo a todos.
Joy F. dice en Yelp que "el chorizo a la sidra sabe a mierda sosa"; que al decírselo al camarero, éste le echo la peta y que, acto seguido, tiró una copa de sidra sobre el regazo de una de sus amigas.
Otro usuario anónimo de Salir.com
dice que les prepararon en tres minutos almejas a la sidra, croquetas y
huevos rotos (hay serias sospechas de las dotes telequinésicas del
cocinero). Además las almejas eran grises y con una textura extraña por
lo que concluye en darle una estrella porque no se puede dar menos.
Veghita,
por su parte, nos exhorta a que "jamás pidamos un café" ya que es el
más repugnante que había tomado hasta la fecha. Además dice que las
mesas están pegajosas y que los camareros, más que servir, lanzan las
consumiciones.
Por último, menos airado y con mucha más retranca, Nabor R. afima en Yelp que "tomarte unas copas, cenar en la Camocha (con bien de cerveza) y después montarte en el metro para ir a casa es como echarle Fairy a la lavadora".
También hay buenas críticas... son las menos.
Por último, menos airado y con mucha más retranca, Nabor R. afima en Yelp que "tomarte unas copas, cenar en la Camocha (con bien de cerveza) y después montarte en el metro para ir a casa es como echarle Fairy a la lavadora".
También hay buenas críticas... son las menos.
Es
evidente que La Camocha agasaja y mima a su clientela de una forma algo
áspera; pero joder, no es para tanto. Creo que es una cuestión de
expectativas. Para los que andamos jangueando por la city sin rumbo ni
meta, dejarse caer por La Camocha y tomarse un par de cacharros no
supone un acto heroíco ni traumático. El aperitivo ni fu, ni fa... la
caña tiene buen tamaño... la sala no está sucia... las raciones no son
caras... el ambiente es distendido... Eso sí, los camareros no van a
ganar el "premio naranja" a la simpatía. El que nos sirvió llevaba la
cara de mala follá que tendría Albert DeSalvo si fuese la asistenta de
Mariló Montero. Y creo que su compañero se motiva para ir al trabajo
escuchando el "Reign in blood" de Slayer.
Ahora
bien, si reservas mesa para llevar a unos amigos de Ribadesella
vendiéndoles una velada de ensueño en un chigre como los del Principado
es muy probable que cuando vayas a verles al norte te planeen un picnic
rodeado de osos.
A La Camocha no se puede ir rebosante de entusiasmo, ni
siquiera con esperanza de degustar una cocina excelsa. Basta con
plantarse ante esa fachada luminosa como un Pussy show de
Bangkok, distinguida por la silueta de un escanciador angoleño con gorro
de la CNT y todo más verde que la pota de un vegano, para intuir que
por mucho que tengan zona wifi y asen pollos para llevar, Tony Genil
jamás hubiera podido componer Turandot. La Camocha está bien para planes
fortuitos y carentes de pretensiones... porque estás por Malasaña y se
te antojan unas papas con cabrales o una tortilla asturiana... para
desfasar jarreando con los amigos... para una primera cita de eDarling
con un cincuentón de Logroño y, sobre todo, para hacer un simpa coral
tras un festival de rondas. Al final lo que queremos es quedar con los
colegas aunque los chorizos a la sidra sean salchichas con tintorro.
Y
poco más que decir... todo lo bueno y malo que se puede decir de un bar
cualquiera que alimenta a la tropa por poco dinero. Es una pena que la
desmotivación y una gestión errática desaprovechen un emplazamiento
privilegiado y unas infraestructuras que ya querrían muchos empresarios
hosteleros. La otra Camocha de Fuencarral 114 (que cerró sus apuntaladas
puertas hace unos meses), donde los suflés capilares de las doñas de
Chamberí no dejan ver el sol, tenía más gracia. Le sobraba lo que le
falta a ésta: buenos aperitivos y un poquito de rumba. Era más cutre y
viscosa... lo único que la diferenciaba del comedor de un geriátrico era
que los blisters de la mermelada no estaban caducados y, aún así, tenía
bastantes clientes habituales. El visitante más fiel de La Camocha de
Malasaña es el repartidor de barriles de Amstel.
¡Un chigre asturiano no puede tener nuggets de pollo. Es como vender consoladores en una mercería!
Arnyfront78
martes, 1 de julio de 2014
Los Montes de Galicia
C/ Azcona, 46
Metro: Diego de León (líneas 4,5 y 6)
Caña (no hay botellín): 1,70€ (Cruzcampo)
Tapas: canapeses gourmet, alitas de pollo, rabo de toro...
Tapas: canapeses gourmet, alitas de pollo, rabo de toro...
Especialidades:
Pulpo a la gallega, ensalada de jamón ibérico y de jamón de pato,
ensalada de tomate raff con lomos de atún, arroz con bogavante,
entrecotte de buey gallego, hamburguesa de carne de kobe, lomo de atún
rojo a la plancha con guarnición de verduras, vieiras con jamón,
carabineros a la plancha, corzo a la plancha con salsa de grosellas y
compota de manzana, pluma ibérica con queso de cabra y salsa teriyaki,
parrillada de mariscos, lomo de lubina confitada con pimienta sichuan y
risoto de hongos, salmón relleno de merluza al cava, ventresca de bonito
a la bilbaína, medallones de solomillo al cabrales, filoas rellenas de
crema de queso, milhojas de crema y nata, biscuit de almendras y miel al
licor de cacao, parfait de chocolate blanco...
Hace
unos días fuimos a dar una vuelta por el barrio en el que, durante un
par de años, mi chica compartió piso con dos amiguetes. Yo me acoplé a
mitad de viaje en lo que fue una convivencia de media jornada. Guardo
buenos recuerdos de aquella casa y de ese carismático barrio que es La
Guindalera. Este hermoso patito feo del distrito de Salamanca acaba
camelando, como una ajada y cautivadora mujer centenaria, a quienes
dejan que sus múltiples encantos penetren en el torrente sanguíneo.
Ya
sea por el climax chusco-taurino de los bares que rodean Las Ventas, por
las singulares casas del "Madrid moderno" de las calles Roma y
Castelar, por la cartera de afterworkers
que castigan nómina e hígado en las barras de la calle Cartagenta, por
las bienintencionadas e ingenuas iniciativas de la asamblea del barrio,
por los desayunos con botellín y tortilla paisana de Juanito (junto al
teatro de La Guindalera), por comprar en el mercado de la plaza o por
agonizar en un puti con dos peruanas sin piños... podríamos decir que
todo (incluido el rabo) es de buen toro. Para un chaval de barrio como
yo es reconfortante toparse con un reducto vecinal orgulloso de su
identidad diferenciada en el distrito más casposo y clasista de Madrid.
Guindalera es un barrio obrero (no proletario) y aun así parece una
aldea gala asediada por momias con visones, Marhuendas con pelo graso y
niños grimosos uniformados de escolapios.
Caminando por Ardemans, Pilar
de Zaragoza y Martinez Izquierdo presenciamos la sangría de comercios
cerrados, los "se alquila" o/y "se traspasa" y los flamantes escaparates
de negocios recién abiertos que no verán el invierno. Advertimos el
barrio igual de sucio y descuidado que hace tres años. Sin embargo la
evidente dejación de mantenimiento y conservación de sus espacios
públicos por parte del consistorio (tan visible como en el resto de
barrios humildes del otro lado de la M-30) puede que lo haya
embellecido; puede que sea el decadente y poético prólogo al proceso de
descomposición de las ciudades que describe Sartre en La Nausea:
"La vegetación se ha arrastrado kilómetros enteros en dirección a las
ciudades. Aguarda. Cuando la ciudad esté muerta, la vegetación invadirá,
trepará por las piedras, las estrechará, las hará estallar con sus
largas pinzas negras; cegará los agujeros y dejará colgar por todas
partes sus patas verdes. Hay que quedarse en las ciudades mientras estén
vivas".
Pero
no todo es andar, así que bajamos por Azcona y paramos en Los Montes de
Galicia para echar un trago. Aquí tampoco ha cambiado nada,
probablemente porque no hay nada que cambiar. Los salones con estucos y
arcos, la mezcla de piedra y madera y el predominio de mesura en el
atrezzo dirigen el interés de los visitantes a la comida que hay en el
plato... sin distracciones ni añagazas. Eso sí, por mucho que la comida
sea buena y esté ajustada atendiendo a la calidad de los productos (unos
50 euros por barba), se han propuesto que la caña acabe siendo más cara
que el solomillo a la parrilla. En dos años ha pasado de un precio
abusivo para su tamaño (1,50€) a un precio intolerable (1,70€), en un
claro envite a la crisis de los demás. Por contra están todo el día
promocionándose en la radio y anunciando descuentos, packs y
tarifas planas para atraer a manadas hambrientas; por lo que resulta
bastante desconcertante tal esquizofrenia. Así que a nosotros nos han
jodido bien, ya que somos más de comer bebiendo que de zampar rugiendo.
De ahora en adelante, cuando volvamos, por lo que consideramos también
nuestro barrio... "una y no más, santo Tomás" en los Montes, por más que
preparen unos aperitivos excepcionales (canapeses esmeradamente
elaborados).
Para finalizar quiero honrar el trabajo de ese camarero
veterano, con regate de brasileño (de los brasileños de antes no de los
aizkolaris de Escolari) y diestra mano para tirar cañas que presume con
orgullo ser del Barrio del Pilar. Enseguida sabréis quién es porque
cada vez es menos habitual encontrar profesionales capaces de
compatibilizar maestría y simpatía. Es un claro ejemplo de que para ser
buen camarero en Madrid no es necesario escupir en los platos.
Arnyfront78
Arnyfront78
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