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martes, 17 de febrero de 2015

La Fueya (La Hoja)

C/ Doctor Castelo, 48
Metro: Ibiza (línea 9) o O´Donnell (línea 6)
Caña (no hay botellín): 1,50€ (Mahou)
Tapas: Fabes con pitu de caleya, marmitako, empanada, tortilla...
Especialidades: Fabada asturiana, corzo estofado, pitu de caleya, cabrales, pulpo con cachelos, pastel de cabracho, rabo de toro, guiso de jabalí, pimientos rellenos de chipirón, chorizo a la sidra, callos, filetes de venado adobados, boletus con foie, pote asturiano, fabes con almejas, solomillo al cabrales, verdinas con langosta, bacalao al pilpil, sinfonía de setas con foie, revuelto de oricios y gambas, carne roja de buey, puntas de solomillo con setas, rape a la sidra, mollejas de cordero a la plancha con ajo y perejil, merluza a la sidra con almejas y gambas, escalopines con papas, arroz con leche caramelizado, crema de manzana, leche frita al Chinchón...





Entre las calles Doctor Castelo, Ibiza y Menorca se pueden encontrar más restaurantes asturianos que en todo el concejo de Xixón (¡puxa Asturies!). No son como algunos cutrebares presuntamente astures que hay en la periferia de Madrid que, durante la crisis, han traspasado el negocio a "astulianos" de Nanjing, que lo mismo te hacen chorizos a la sidra del Gaitero como arroz con leche desnatada. 

No, los de Retiro son asturianos consistentes y convincentes... de los de cachopos que parecen chupas de North Face, fabadas con más compango que fabes y salsas de cabrales que impregnan con un olor tan penetrante como el que dejaba en mis dedos una gorgona medio loca del barrio del Pilar a la que frecuentaba los días de ayuno. El Couzapín, el Carlos Tartiere, Casa Portal, Santa Olaya... están bien, pero si vamos en serio hay que acabar en La Fueya. 
Tiene probablemente la mejor fabada de Madrid, de esas que uno disfruta en cualquier sidrería del Principado, extraviada en el laberinto de carreteras que conducen a pequeñas parroquias, pero que aquí, en la capital, cuesta encontrar. 


El arroz con leche, las verdinas con langosta y el resto de platos incluidos en su extensa carta están elaborados por cocineros que saben lo que hacen. También sorprende que un restaurante con reputación contrastada y alta ocupación se preocupe de cuidar la barra. Es costumbre de los buenos restaurantes descuidar el bar, convertirlo en una zona de tránsito y espera para entretener a los comensales antes de pasar al comedor; sin embargo, en La Fueya, el bar es lo suficientemente tentador como para frecuentarlo sin necesidad de sentarse a yantar. La caña está bien tirada y el aperitivo es coqueto. Suele constar de un cuenco con el guiso del día o bien, de empanada , tortilla o cualquier otro picoteo a la altura del nivel exigido. 

El espacio en barra no es muy amplio debido a que han acoplado alguna que otra mesa que lo estrecha, pero aún así se está a gusto. Eso sí, han jodido la fachada (que antes era del color de la madera con la que está revestida), pintándola de un verde crema de verduras como si fuese un pub de Mullingar. Y aunque no entiendo la decoración elegida (simulando el pabellón de caza de un aristócrata ruso daltónico), hay que reconocer que funciona. La madera siempre es acogedora, induce a un silencio solemne, ajusta las voces a susurros. Cuando traspasas el quicio de la puerta tienes la inmediata sensación de que el volumen ha bajado varios tonos, como cuando entrabas en un cine de la Gran Vía o en un puti de los aledaños de la Castellana. 

Por allí, a pie de obra (en La Fueya, no en el puti), suele estar Don Francisco Rodriguez, el propietario, con su fino bigote de galán del cine mudo o de falangista amanerado, acompañando al comedor a pijos flácidos, doñas sin verso, amantes del regüeldo y, en general, a miembros y membrios de una clase social más alta que media, con más miedo a que baje el Ibex que a padecer cáncer.  

La fauna la da el barrio... un barrio atrofiado. La mayoría de esos comensales (habituales de la casa) que saludan a Don Francisco y a la experta plantilla de camareros con una mezcla de gratitud sincera por los manjares disponibles y de complacencia clasista (la del señor feudal para con sus vasallos, en este caso para con su tabernero predilecto), no tienen problema en pagar los 50€ mínimo que cuesta pedir a la carta. ¿Abusivo?... puede que sí. ¿Decepcionante?... no. Sin duda merece la pena si puedes pagarlo. 

Si no puedes permitírtelo, como yo... pues una lata del Litoral al baño maría, algo de imaginación, mucho de resignación cristiana y un buen cuesco proletario dedicado a los presentes. 

Arnyfront78

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