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miércoles, 25 de marzo de 2015

Soleá (Discoteca Copérnico)

C/ Fernández de los Ríos, 67
Metro: Mocloa (líneas 3 y 6)




Recientemente, nuestra madre putativa Reyes (la única compañera de clase aceptada por el arbitrario, machista e implacable kanun no escrito por el que se regía la camorra del 78 de un colegio de barrio), y mi compadre de travesías guadarrameras, Jabuchi, tuvieron la brillante y desconcertante idea de reunir a los excombatientes de aquella extravagante camada marcada por el croar insectívoro de La Sapo, por el humus orgánico que vivía en el jersey de Torremocha, por la abyecta frialdad de Matilde y por los juicios sumarios de verbos a los que nos sometía aquel tarado filonazi llamado Don José. 

Siempre odié el colegio... madrugar, combatir el sueño entre ecuaciones y derivadas, soportar el frío que emitían aquellos radiadores apagados,  jugar en un patio estabulado, el opresivo tufo de adolescentes que no se duchaban, la presión de los exámenes, pasillos que podían haber conducido a las duchas de Mauthausen, váteres que en el mejor de los casos olían a esmegma y en el peor a diarrea de moribundo y una docencia mediocre, impartida por profesores bienintencionados que pensaban que con paternalismo y entusiasmo serían capaces de compensar su falta de talento y erudición. Lo poco que he aprendido y olvidado durante estos treinta y siete años no ha sido gracias a la escuela. Viví aquellos años con cierta indolencia; consciente de que lo único productivo que podría sacar de allí serían buenos amigos. Y así ha sido. Diecinueve años después de haber dejado aquella cochiquera, aún conservo a mi flanco un ejército irregular de truhanes, artistas de la madrugada, pirómanos de la palabra y algún que otro padre de familia resignado, de los que me siento orgulloso. 

Pero hay muchos otros titanes y no titanes que remaron hacia otro rumbo; compañeros de fechorías a los que la vida ha ido alejando. La idea de un reencuentro con algunos de ellos, casi dos décadas después, resultaba, cuanto menos, inquietante. Treinta y siete años no es una edad decrépita, pero sí marchita. A nadie le gusta descubrir que aquel culo idealizado, en su albur perfecto, reaparece ahora como un arcón inabarcable de chacinas. Pero también reconforta (un poco) ver que los demás no andan mucho mejor que el tipo del espejo.
El lugar elegido para el sarao se llama La Soleá. Dicho garito (apéndice atrofiado de la Sala Copérnico y otrora discoteca de tercera de la jincho-marcha de la época: el Twin Madriz), fue nuestro moridero de referencia durante los fines de semana de un COU extenuante. 

Ya entonces me incomodaba compartir espacio con macoys con sudaderas de Bones, pimpines con la banderita de España y lolailas noventeras que a las nueve olían a coco y a las doce a pota, bailando el venao con un peloti de vodka y Cacaolat en una mano y una bolsa con Mitsubishis en la otra. Además siempre acababan echando a alguien por volcar botellas, por echar lapos en cubatas ajenos o por entrar en el váter de pibas con un gorro de papá Noel pendiendo del mástil de la verga. Afortunadamente aquella época entrañable y gutural se fue disipando entre deserciones y excesos que conducen al colapso. Casi veinte años después me encuentro con un haz de recuerdos ingobernables, con no más de diez amigos (hermanos) con los que he pasado más tiempo que con mi propia familia y conocidos con los que compartí mi infancia que ahora se cruzan de acera para evitar saludar. No echo de menos aquellos años. Demasiada energía sin control.


La quedada fue un sábado a la hora de comer. Una hora antes, partimos de Puerta del Ángel con litros en la mano y la firme determinación de ser tan generosos en la embriaguez como lo fuimos con los motes, las collejas, las pellas y con algún que otro secuestro perpetrado en la guarida de 1ºC. Tras recoger por el camino a Big Emilio, el único de entre nosotros capaz de quebrar un buffet libre, llegamos a la puerta de un local artificioso. En internet se venden como "organizadores de eventos con encanto y a medida". De la carta dicen que está compuesta por "platos con mucho arte y bebidas muy flamencas". Las respuestas que dan los clientes que han pasado por allí son realmente poéticas: "Vergonzoso" , "cutre todo", "timadores", "penoso", "...así poco van a durar", "Lamentable", "no merece que nadie se gaste ni un euro en esa cutrada... ESTAFA TOTAL!" (fuente Tripadvisor).
La decoración es de showroom embargado por la agencia tributaria... leds ocasionales, customizaciones rocieras, una puerta automática como la del centro de salud al que va mi abuela e incluso un photocall con referencias béticas ideal para que pose Falete anunciando Obegrass.  


El servicio... pues qué voy a decir de chicas que seguramente currarán por un sueldo miserable... demasiado bien para lo funesto del sitio. El menú de 30€ constaba de: barra libre de cerveza sin presión, barra libre de refrescos sin burbujas... De entrantes... fritanga de pescado, langostinos con Hemoal y una ensalada para gusanos de seda. De segundo... a elegir... entrecot con anorexia, palomitas de carne a las que llaman solomillo o un filete de bacalao de la Sirena. Los postres... caseros, caseros. Por eso nadie los tocó. La sobremesa la presidió un copazo (en mi caso fueron tres). Fue, sin duda, el cenit de la velada. Y digo velada aunque fuese al mediodía porque nos relegaron a una tenue mazmorra, a una morgue destemplada que olía como si se estuviera descomponiendo el cadáver de un rapero jarto de fabada. 

La mesa... de almuerzo medieval, separaba a compañeros y compañeras, a hombres de acción y de razón, a pobres y pobres de solemnidad, a viejos cofrades y absolutos desconocidos. Debe ser que ha pasado bastante tiempo y que mi memoria es una mierda porque había gente que no sé quién coño era. ¿Compañeros de otras clases, polizones, figurantes, tengo alzheimer...? ¿Qué más da?... el caso es que fluyó la priba, los ojos se ensangrentaron, hubo incluso quien pilló farla y las palabras empezaron a manar a borbotones. Nos contamos lo jodido que estamos en los curros, lo putas que son las ex, compartimos métodos para frenar la calvicie y nos seguimos preguntando quién o quienes ataron a Isaac a aquella verja. Hay incluso quien compartió su entusiasmo por el reencuentro atascando el váter con parte del menú. Y a pesar de las ausencias significativas... de que faltaron grandes pelotas, cabrones de armas tomar, promesas eméritas del deporte, mitos del erotismo hirsuto, vendedores de viento, chandalistas con aceite de coche en el pelo, criadores de ladillas y futuros presidiarios..., se pasó bien, no hubo exaltaciones ridículas de amistad eterna. El tono fue distendido, reconfortante, como un jab sin fuerza, previo a una combinación de golpes más certeros... propio de chavales que han dejado de serlo, en plena toma de conciencia de responsabilidades correlativas a la edad. Una edad confusa. 

Según iba oscureciendo, dentro y fuera del garito, la gente abandonaba el barco con el móvil cargado de fotos memorables. Nos quedamos los de siempre, los Peter Panes sin Nunca Jamás, las ratas con agujetas en el hígado que no renuncian a ver amanecer un nuevo día menos, sin un pavo en el bolsillo y con las fuerzas justas para llegar reptando a casa.
Creo que si esto vuelve a celebrarse dentro de una década vamos a reírnos más. Cuando nuestros hijos ya no pisen por casa, nos hayamos divorciado por tercera vez, sepamos a ciencia cierta que no vamos a cobrar pensión alguna y la próstata empiece a adquirir el tamaño de papayas caribeñas, estaremos más relajados y ebrios. Eso sí... mejor que un tapeo en La Soleá, un aquelarre a pleno sol.

Arnyfront78 

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Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo