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lunes, 6 de abril de 2015

O´Potiño III (Casa Lelo)

C/ Conde Duque, 30
Metro: Ventura Rodriguez (línea 3)
Botellín: 1,30 (Amstel)
Caña: 1,30 (Amstel)
Tapas: paella, aceitunas, papas fritas, canapés, chorizo, torreznos, lacón...
Especialidades: entrecot, merluza con almejas, pulpo a feira, lacón a la gallega, empanada, huevos rotos O´Potiño (con jamón y pimientos de Padrón), almejas a la marinera, croquetas, lubina y dorada a la espalda, chuletas de cordero, huevos rotos con picadillo o morcilla, pimientos de Padrón, oreja a la plancha...




A veces menos es más... sobre todo en galleguismo. Cuando viajas a Galicia, a esas parroquias de la Ribera Sacra o de A Terra Chá veladas por la niebla y entras a tomar un quinto (no un botellín) en un apartadero del camino, comprendes al instante que los bares gallegos de Madrid suelen ser decorados tan fraudulentos como los restaurantes chinos de cartón a los que pedimos take-away cuando viene a cenar a casa alguien al que no queremos lo suficiente. 

La economía de medios de esas pequeñas cantinas que sirven de abrevadero, comedor, casino e incluso de templo para ateos ávidos de confesión, revela el carácter continente y singular de los paisanos de esa fascinante tierra. Nada que ver con los excesos folclóricos de la capital. Entre bufandas del Depor, pimientos de Padrón hilvanados en guirnaldas, vieiras peregrinas y fotos del Pazo de Meirás, me encuentro abrumado. Hay mesones tan delirante que, en su afán desaforado por acreditar su identidad gallega, sólo les queda que un botafumeiro del que penda un relicario con muestras de alijos incautados a Los Charlines, junto al último mechón de Carlos Nuñez y un forúnculo de Cela, inciense el pulpo a feira de los comensales. 

En esa absurda carrera por ser el epítome del interiorismo aldeano en Madrid, no participa Casa Lelo. Lo único recargado que tiene este sobrio figón, más bar que mesón, es el nombre. Si pones un número detrás de Casa Lelo parece un resultado del grupo 1 de la tercera división de futbol. Está situado frente a la entrada del Cuartel del Conde-Duque (ese antiguo acantonamiento de las Reales Guardias de Corps convertido en centro cultural), a escasos metros de la Plaza de las Comendadoras y a cinco minutos andando de la Plaza de España. Creo que su ubicación en este área súbitamente elitista ha influido sobremanera a la hora de decidir el tono del bar; a la hora de renunciar a ofrendas provincianas demasiado horteras para el siglo XXI. No tanto porque esté céntrico como por la uniformidad estética que impone el sionismo gentrificador. En apenas un lustro, el barrio se ha convertido en el reducto más pijo de la falsa bohemia madrileña, el de aquellos a los que incomoda que en Malasaña, paradigma de la afectación paisajística, aún queden abiertos talleres mecánicos y pollerías; de la misma forma que en el barrio de Salamanca incomoda que los mendigos sobrevivan al invierno. 

¿Qué puede hacer un galleguiño inmerso en un barrio que en muy pocos años ha pasado de la oreja a la plancha a las cupcakes de tres pisos, sino adaptarse?. "La adaptación del sujeto a un entorno cambiante"... diría la psicología evolutiva. La Calle Conde Duque, por ende, obliga a reinventarse constantemente... como hace Panic vendiendo hogazas de masa madre que chiflan a los naturistas estreñidos a pesar de que saben a achicoria fermentada... como hace Crumb con sus sandwiches repipis... como hacen la galerías que exponen ausencias y como las decenas de sofisticadas cafeterías que, de tanto pensar en sí mismas, se han empezado a reproducir por partenogénesis. Como decía una divertida pintada borrada casi al instante... "harto de los que se hacen los tristeresantes". 


El local en sí no tiene mucha personalidad. Es amplio, confortable, diáfano, limpio... parece un cuarentón o cuarentona en prefase de ajamiento que lucha contra lo inevitable vistiéndose lo mejor posible. Como sí la higiene y el esmero fuesen el mejor antiaging. No es mal sitio para tomar cañas sobre los toneles que hay dispersos frente a la barra. El aperitivo no es muy allá... unas olivas escoltadas por papas fritas, canapeses bien trazados o paellas desafortunadas. El fuerte de O´Potiño III es, sin duda, el mantel puesto... enfrentarse a las raciones y platos que salen humeantes de cocina (la ternera gallega, el pulpo, la merluza, las filloas...). ¿Es el mejor restaurante gallego de Madrid?... evidentemente, no lo es; pero tiene muy buena relación calidad-precio (entre 20 y 30€ por cabeza) y eso ha ido calando entre los visitantes que así lo apostillan en sus críticas internaúticas. Sobre todo destacan la idoneidad del sitio para comidas/ cenas de grupos. Damos fé que el viernes previo a las Navidades, estaba atestado de comidas de empresa, cuadrillas de amigos y conciliábulos varios, desfasando cual jaurías sentenciadas a muerte. No hay juerga más impúdica y destructiva que la de los honorables ciudadanos que salen una vez al año a disfrutar de una libertad a la que hace tiempo renunciaron. 

 Eran las siete de la tarde y casi todo el mundo había perdido los papeles hacía horas. Las chaquetas bien plachadas, los perfumes embriagadores, los peinados perfectamente compuestos y los modales decorosos habían dado paso, a camisas estriadas, sudores gelatinosos, alientos destilados y una actitud grosera, redimida por la ingesta de ese suero de la verdad que es el alcohol, inequívoco revelador de la naturaleza violenta y mezquina de los hombres a los que llamamos "de bien". Y aunque seamos fedatarios de la mugre, testigos de cargo de los peores instintos, nos retiramos de allí discretamente, dejando sitio a los esputos, los cantes eufóricos, los requiebros turbios, las amistades eternas mientras dure la embriaguez, los reproches que no se hacen sobrio y las tarjetas de crédito que resuelven cualquier impedimento.
Volveremos, sin duda. No abundan los sitios con ph neutro.

Arnyfront78

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Madrid, Madrid
Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo