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lunes, 8 de junio de 2015

A bar with no name (in Valdemaqueda)

Plaza de España s/n (Valdemaqueda)
Botellín: Mahou (1,10€)
Grifo de Mahou
Tapas: papas revolconas...



Sinceramente, comprendo a quienes creen que pasar el día en el campo es un coñazo. Preparar los bártulos, cargar el coche, recorrer decenas de kilómetros (si no algún centenar) para ir a un área recreativa atestada de parrilleros, comer asediado por moscas y hormigas, siestear bajo coníferas que no dejan de bombardear piñas y orugas y, finalmente, pillar un atasco de tres pares para volver a casa exhausto... no parece un plan del todo cabal. 


Y aún así, muchos madrileños corremos hacia la campiña en cuanto Rebeca Haro reseña un minúsculo solete en su mapa de isobaras, como si fuese a estar en pelotas en el sitio que señala. Tan necesitados estamos de salir de esta necrópolis, aunque sea durante unas horas, que obviamos el hecho de que la naturaleza puede ser mucho más estresantes que el latido hipertónico de la ciudad. Nuestro destino del viernes 1 de mayo fue Valdemaqueda; en busca de un puente romano (que no lo es) sobre el río Cofio que parece sacado de una postal alpina. Definitivamente, el día de los trabajadores ya sólo lo celebran los empresarios. La M-501, la carretera de los pantanos, se ha convertido en un cocedero de neumáticos, testículos y paciencias a su paso por Navas del Rey, gracias a una rotonda construida, claramente, para taponar la autovía a la altura del pueblo en vez en el pantano. Así, los conductores que estén encabronados pueden parar a tomar una copichuela en alguno de los tres putis que hay a pie de asfalto (en 2008 se calculó que había una prostituta por cada 40 habitantes).  

Tras media hora de atasco, con treinta y pico grados subiendo, agua calentorra y coches en paralelo zumbando remixes de Yandel, Wisin y basura por el estilo, logramos llegar al desvío que conduce a Robledo de Chavela. La marabunta siguió su obcecada procesión hacia el Pantano de San Juan. El tramo de la M-512 que va de Navas a Robledo es hermoso en primavera. La humedad tapiza con hierba el monte bajo de pinos, encinas, jaras y espliego que prolifera en las laderas de la Sierra Oeste. De Robledo a Valdemaqueda la cosa cambia. El devastador incendio intencionado que en 2012 asedió a ambas poblaciones, reconfiguró fatalmente el paisaje... de armoniosa broza y matojo al abrupto panorama que presentaría el decorado de un western apocalíptico. Y, a pesar del desastre, el pueblo sigue siendo coqueto y genuino... con sus villas ruinosas, chalets de fin de semana y viejos curtidos por el resol, la galerna y algún que otro chato a deshora. 
Antes de dirigirnos al idílico puente, paramos a tomar una birra en el pueblo. No hay mucho donde elegir... la oferta no es limitada, es excepcional. La plaza de España, que antes sería la del Generalísimo, no puede ser más desoladora. Un pueblo serrano no merece a un alcalde (sea del partido político que sea), que encarga construir un ayuntamiento tan marcial y marciano.  Allí echamos ancla, en el bar desde cuya terraza resulta inevitable divisar el bunker consistorial, rodeado de montañas semicalcinadas, que sólo invitan a ver "Las colinas tienen ojos". Supongo que en el pueblo el bar es conocido como el bar de la plaza, el bar de Paco o Antonio o Juan o, por su nombre auténtico: Bar Export; pero el caso es que el único nombre que puede leerse es: "Tolcip toldos canalones 918508545".

Bar rústico, anacrónico, antierótico. Como cualquier bar de pueblo que tenemos en mente... con símbolos nacionales para confirmar y reafirmar que no
estamos en Burundi y un calendario del 2015 regalo de la carnicería que suministra longanizas al negocio. En definitiva, tasca intrascendente si no fuera porque sentarse en la plaza de un pueblo y observar el devenir paralítico de la vida aldeana siempre es gratificante. No hablo de entomología, de observar a los lugareños con condescendiente curiosidad, como si fuesen insectos clavados con alfileres en un album; sino de simple amnesia transitoria, de olvidar, por un rato, que existen internet, el estado islámico, la agencia tributaria y las ocho horas (en el mejor de los casos) de asqueroso trabajo que empiezan el lunes. 

Tras la cerveza fría, unas papas meneadas flojas de pimentón que nos pusieron de aperitivo y la meada de rigor en la letrina, montamos de nuevo en el coche para recorrer los tres kilómetros que separan la población del puente Mocha. La pista de tierra discurre en paralelo al arroyo de las Chorreras. Los campos verdean aún... las flores, insolentes, tiñen los prados con brochazos de huevos fritos, los insectos trabajan en maderas podridas, los toros montan a las vacas y el aire no huele a rebozado y fuel. Incluso si las dehesas estuvieran abrasadas, serían preferibles a José Abascal en hora punta o a Montecarmelo a cualquier hora. Sería cuestión de tiempo que, bajo las ascuas, acabase germinando de nuevo la vida. Del deteriorado asfalto de la capital sólo podría emerger el pene necrosado de Villar Mir en forma de rascacielos.
Estoy hasta la polla de Madrid, mi querida ciudad. Algún día la dejaré o me dejará ella a mí.

Arnyfront78

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Madrid, Madrid
Vuelve la afamada fórmula de alcohoy y literatura como guía chusca del Madrid contemporáneo