Metro: Mocloa (líneas 3 y 6)
Recientemente, nuestra madre putativa Reyes (la única compañera de clase aceptada por el arbitrario, machista e implacable kanun no escrito por el que se regía la camorra del 78 de un colegio de barrio), y mi compadre de travesías guadarrameras, Jabuchi, tuvieron la brillante y desconcertante idea de reunir a los excombatientes de aquella extravagante camada marcada por el croar insectívoro de La Sapo, por el humus orgánico que vivía en el jersey de Torremocha, por la abyecta frialdad de Matilde y por los juicios sumarios de verbos a los que nos sometía aquel tarado filonazi llamado Don José.
Siempre odié el colegio... madrugar, combatir el sueño entre ecuaciones y derivadas, soportar el frío que emitían aquellos radiadores apagados, jugar en un patio estabulado, el opresivo tufo de adolescentes que no se duchaban, la presión de los exámenes, pasillos que podían haber conducido a las duchas de Mauthausen, váteres que en el mejor de los casos olían a esmegma y en el peor a diarrea de moribundo y una docencia mediocre, impartida por profesores bienintencionados que pensaban que con paternalismo y entusiasmo serían capaces de compensar su falta de talento y erudición. Lo poco que he aprendido y olvidado durante estos treinta y siete años no ha sido gracias a la escuela. Viví aquellos años con cierta indolencia; consciente de que lo único productivo que podría sacar de allí serían buenos amigos. Y así ha sido. Diecinueve años después de haber dejado aquella cochiquera, aún conservo a mi flanco un ejército irregular de truhanes, artistas de la madrugada, pirómanos de la palabra y algún que otro padre de familia resignado, de los que me siento orgulloso.
Pero hay muchos otros titanes y no titanes que remaron hacia otro rumbo; compañeros de fechorías a los que la vida ha ido alejando. La idea de un reencuentro con algunos de ellos, casi dos décadas después, resultaba, cuanto menos, inquietante. Treinta y siete años no es una edad decrépita, pero sí marchita. A nadie le gusta descubrir que aquel culo idealizado, en su albur perfecto, reaparece ahora como un arcón inabarcable de chacinas. Pero también reconforta (un poco) ver que los demás no andan mucho mejor que el tipo del espejo.
El lugar
elegido para el sarao se llama La Soleá. Dicho garito (apéndice
atrofiado de la Sala Copérnico y otrora discoteca de tercera de la
jincho-marcha de la época: el Twin Madriz), fue nuestro moridero de
referencia durante los fines de semana de un COU extenuante.
Ya entonces
me incomodaba compartir espacio con macoys con sudaderas de Bones,
pimpines con la banderita de España y lolailas noventeras que a las
nueve olían a coco y a las doce a pota, bailando el venao con un peloti
de vodka y Cacaolat en una mano y una bolsa con Mitsubishis en la otra.
Además siempre acababan echando a alguien por volcar botellas, por echar
lapos en cubatas ajenos o por entrar en el váter de pibas con un gorro
de papá Noel pendiendo del mástil de la verga. Afortunadamente aquella
época entrañable y gutural se fue disipando entre deserciones y excesos
que conducen al colapso. Casi veinte años después me encuentro con un
haz de recuerdos ingobernables, con no más de diez amigos (hermanos) con
los que he pasado más tiempo que con mi propia familia y conocidos con
los que compartí mi infancia que ahora se cruzan de acera para evitar
saludar. No echo de menos aquellos años. Demasiada energía sin control.
La
quedada fue un sábado a la hora de comer. Una hora antes, partimos de
Puerta del Ángel con litros en la mano y la firme determinación de ser
tan generosos en la embriaguez como lo fuimos con los motes, las
collejas, las pellas y con algún que otro secuestro perpetrado en la
guarida de 1ºC. Tras recoger por el camino a Big Emilio, el único de
entre nosotros capaz de quebrar un buffet libre, llegamos a la puerta de
un local artificioso. En internet se venden como "organizadores de
eventos con encanto y a medida". De la carta dicen que está compuesta
por "platos con mucho arte y bebidas muy flamencas". Las respuestas que
dan los clientes que han pasado por allí son realmente poéticas:
"Vergonzoso" , "cutre todo", "timadores", "penoso", "...así poco van a
durar", "Lamentable", "no merece que nadie se gaste ni un euro en esa
cutrada... ESTAFA TOTAL!" (fuente Tripadvisor).
La decoración es de showroom embargado por la agencia tributaria... leds ocasionales, customizaciones rocieras, una puerta automática como la del centro de salud al que va mi abuela e incluso un photocall
con referencias béticas ideal para que pose Falete anunciando
Obegrass.
El servicio... pues qué voy a decir de chicas que seguramente
currarán por un sueldo miserable... demasiado bien para lo funesto del
sitio. El menú de 30€
constaba de: barra libre de cerveza sin presión, barra libre de
refrescos sin burbujas... De entrantes... fritanga de pescado,
langostinos con Hemoal y una ensalada para gusanos de seda. De
segundo... a elegir... entrecot con anorexia, palomitas de carne a las
que llaman solomillo o un filete de bacalao de la Sirena. Los postres...
caseros, caseros. Por eso nadie los tocó. La sobremesa la presidió un
copazo (en mi caso fueron tres). Fue, sin duda, el cenit de la velada. Y
digo velada aunque fuese al mediodía porque nos relegaron a una tenue
mazmorra, a una morgue destemplada que olía como si se estuviera
descomponiendo el cadáver de un rapero jarto de fabada.
La mesa...
de almuerzo medieval, separaba a compañeros y compañeras, a hombres de
acción y de razón, a pobres y pobres de solemnidad, a viejos cofrades y
absolutos desconocidos. Debe ser que ha pasado bastante tiempo y que mi
memoria es una mierda porque había gente que no sé quién coño era.
¿Compañeros de otras clases, polizones, figurantes, tengo alzheimer...?
¿Qué más da?... el caso es que fluyó la priba, los ojos se
ensangrentaron, hubo incluso quien pilló farla y las palabras empezaron a
manar a borbotones. Nos contamos lo jodido que estamos en los curros,
lo putas que son las ex, compartimos métodos para frenar la calvicie y
nos seguimos preguntando quién o quienes ataron a Isaac a aquella verja.
Hay incluso quien compartió su entusiasmo por el reencuentro atascando
el váter con parte del menú. Y a pesar de las ausencias
significativas... de que faltaron grandes pelotas, cabrones de armas
tomar, promesas eméritas del deporte, mitos del erotismo hirsuto,
vendedores de viento, chandalistas con aceite de coche en el pelo,
criadores de ladillas y futuros presidiarios..., se pasó bien, no hubo
exaltaciones ridículas de amistad eterna. El tono fue distendido,
reconfortante, como un jab sin fuerza, previo a una combinación
de golpes más certeros... propio de chavales que han dejado de serlo, en
plena toma de conciencia de responsabilidades correlativas a la edad.
Una edad confusa.
Creo que si esto vuelve a celebrarse dentro de una década vamos a reírnos más. Cuando nuestros hijos ya no pisen por casa, nos hayamos divorciado por tercera vez, sepamos a ciencia cierta que no vamos a cobrar pensión alguna y la próstata empiece a adquirir el tamaño de papayas caribeñas, estaremos más relajados y ebrios. Eso sí... mejor que un tapeo en La Soleá, un aquelarre a pleno sol.
Arnyfront78